Saturday, May 23, 2009

Los sueños de Herzl para la Ciudad Santa - Shlomo Avineri - Haaretz



"Si recuerdo en un futuro a Jerusalém, no será con gusto". Estas son las palabras que Theodor Herzl escribió en su diario en octubre de 1898, reflexionando sobre su visita a Jerusalém como cabeza de una delegación sionista que se reunió con el emperador alemán Guillermo II. Herzl esperaba que el Kaiser apoyara sus esfuerzos para lograr una carta del sultán turco que haría posible la inmigración judía y el asentamiento en la Tierra Santa. Hay quienes interpretan esta frase en el sentido de que Herzl tenía una actitud negativa hacia Jerusalém, e inclusive se llega a concluir que el movimiento sionista prefería a Tel Aviv, "la primera ciudad hebrea." La imagen es en realidad mucho más compleja e interesante, y vale la pena analizarla hoy, el Día de Jerusalém, ya que tiene implicaciones para el discurso político contemporáneo.

La reunión con el emperador alemán concluyó como una decepción diplomática para Herzl. El visionario sionista había salido de una reunión previa con el Kaiser en Constantinopla con la esperanza de que iba a apoyar el plan sionista, pero el emperador había cambiado de opinión, al parecer a instancias de sus asesores.

Los días que pasó en Jerusalém estuvieron llenos de momentos conmovedores para él, repletos de asociaciones históricas y de planes para el futuro. Es cierto, muchas cosas no eran de su agrado, sobre todo en la Ciudad Vieja donde descubrió "los viejos y crueles residuos de dos mil años de intolerancia y de suciedad". La escena que encontró en el Muro Occidental le rebeló a causa de "la miseria y la mendicidad especulativa", además de por las disensiones internas que caracterizaban a la comunidad judía que allí residía en ese momento, y cuya hostilidad hacia el sionismo llenaba su corazón de angustia. Pero a pesar de sentirse mal el día de su llegada a Jerusalém, Herzl fue cautivado inmediatamente por la apariencia de la ciudad.

"Jerusalém, envuelta en un tenue velo de luz de luna, con su maravilloso horizonte, me hizo una gran impresión", escribió. "La silueta de la fortaleza de Sión, la Torre de David, es espléndida". Al día siguiente, Herzl miraba por la ventana de su hotel en la ciudad y escribía: "La ciudad se despliega ante de mí con toda su gloria. Incluso ahora, con todo ese abandono, sigue siendo una hermosa ciudad y cuando lleguemos aquí podrá una vez más convertirse en una de las ciudades más bellas del mundo".

Visitándola, Herzl se maravilla ante la vista del Monte del Templo desde el techo de una sinagoga en la Ciudad Vieja, y cuando la delegación se dirigió hasta el Monte de los Olivos, fue maravillado por el paisaje: "un espectáculo que no tiene igual: el valle del Jordán, las montañas de Moab y la eterna ciudad de Jerusalém". Agregó: "! Cuanto se podría hacer con este paisaje ¡ Una ciudad como Roma, y desde el Monte de los Olivos habría una vista como la de Gianicolo [colina]".

De hecho, Herzl tenía tantas ideas como semillas hay en una granada. "Si un día recibimos Jerusalém", escribió, “la Ciudad Vieja se desgajaría de sus bazares y todo lo que se mantendría serían los lugares santos de todas las religiones”.

En las colinas en las afueras de las murallas de la ciudad, una nueva ciudad se construiría con una planificación urbana moderna, incluyendo los barrios de los trabajadores, conservando el estilo de los edificios antiguos en la medida de lo posible".

En su novela "Altneuland" (1902), Herzl describía la nueva Jerusalém que preveía como fruto de la realización del sionismo, comenzando con el paisaje desde el Monte de los Olivos que ahora es una atracción turística, y culminando con su descripción de la nueva ciudad, una ciudad moderna y limpia. Haifa, para él, sería el centro del comercio y de la economía, pero Jerusalém sería la capital: "una ciudad vibrante, llena de esplendor, una metrópolis internacional en el sentido del s. XX".

El parlamento, la academia judía, e incluso un "Palacio de la Paz" para la solución de las controversias internacionales, todo ello se encontraría allí. Es algo sorprendente que el laico Herzl previera el restablecimiento del Templo ( "porque ha llegado el momento"). Para evitar cualquier malentendido,la visión del Templo de Herzl no suponía eliminar o sustituir a las mezquitas y no incluía la existencia de ningún tipo de sacrificios.

A pesar de que Jerusalém había sido descuidada por los gobernantes otomanos, así como por los judíos que vivía en la ciudad en ese momento, algo que rechazaba Herzl, la ciudad, con su patrimonio histórico y su potencial para el futuro, capturó su imaginación. Para él era evidente que no habría sionismo sin Sión.

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