Los frutos del Partido Laborista - Benny Morris - National Interest

El rechazo por parte de Yasser Arafat de una solución de dos Estados en julio y diciembre del 2.000, y el posterior rechazo por parte de Mahmoud Abbas de un conjunto casi idéntico de propuestas de compromiso formuladas por Israel (Ehud Olmert) ocho años después, han provocado que el partido Laborista regrese definitivamente a casa para descansar: el Partido Laborista de Israel ya no es más lo que fue.
Este es el significado del abandono por parte de Ehud Barak, junto con otros cuatro diputados de la Knesset, del partido que lideró el movimiento sionista a través de las décadas de 1930 y 1940 hacia la estatalidad, y, a continuación, gobernó Israel hasta 1977.
La desaparición del partido Laborista (Avoda) comenzó con la mayoría de edad de la primera generación de sefardíes nacidos en Israel, los hijos de aquellas familias judías que llegaron a Israel procedentes del mundo árabe en los años 1950 y 1960. Muy críticos con el mundo árabe de donde habían venido, y que siempre les trato como ciudadanos de segunda clase, y resentidos con el establishment ashkenazi que les "mal absorbió" al Estado judío, descargaron su frustración y su ira inclinándose políticamente hacia la derecha de línea dura, votando al perenne outsider y líder del Likud Menachem Begin, llevándolo al poder.
La demografía y la historia habían colaborado a la hora de pergeñar la primera derrota de los laboristas. Pero posteriormente consiguieron recuperarse y volver dos veces más al poder. Compartieron el poder con el Likud a mediados de la década de 1980, y en 1992 y nuevamente en 1999, respectivamente, Yitzhak Rabin y Ehud Barak llegaron de nuevo a la jefatura del gobierno con el aliciente de la promesa de la paz: los Laboristas podrían hacer la paz y poner fin al conflicto con la palestinos.
Los votantes dieron a los Laboristas estas dos oportunidades. Pero ni el proceso de Oslo (en la década de 1990), con Rabin y Shimon Peres, ni la cumbre de Camp David (en 2000), ya con Barak, entregaron a los israelíes y a los palestinos esas brillantes alturas donde se engendra la felicidad política real.
Se puede argumentar - muchos lo hicieron en el momento, y posteriormente - sobre quién fue más culpable del fracaso del Proceso de Oslo: si Arafat, por no frenar, o incluso alentar secretamente a los terroristas suicidas de Hamas (y de Fatah), o Rabin y Peres, por moverse demasiado lentamente y por no cumplir con los plazos específicos.
Sin embargo, no puede existir ningún tipo de duda razonable sobre lo que ocurrió en julio y diciembre de 2000, cuando Arafat rechazó secuencialmente las propuestas israelíes y estadounidenses para una solución integral de dos Estados que hubiera dado a los palestinos ("los parámetros de Clinton") la soberanía e independencia en el 95% de Cisjordania, toda la Franja de Gaza, y la mitad de Jerusalén (incluyendo la mitad o tres cuartas partes de la Ciudad Vieja). Y tampoco puede existir ningún tipo de duda o argumento razonable que justifique el rechazo por parte de Abbas de una oferta similar, quizás incluso aún mejor, ofrecida por el primer ministro israelí Ehud Olmert en el 2008. (De hecho, estos ejemplos del rechazo palestino de una solución de dos Estados solamente ejemplifican una tradición inamovible: los líderes palestinos han rechazado compromisos para crear dos estados en 1937 (la propuesta Peel), en 1947 (la Resolución de Partición de la Asamblea General de Naciones Unidas), e, implícitamente, cuando en el 1978 Arafat rechazó el acuerdo Sadat-Begin en Camp David que preveía una "autonomía inicial" en los territorios palestinos).
En la primera década de este tercer milenio, los palestinos - Arafat, Abbas y, por supuesto, los fundamentalistas antisemitas de Hamas) - rechazan nuevamente no tanto una serie de propuestas como una idea, un principio, la solución de dos Estados. Ellos solamente querrían toda Palestina, y que ninguna pulgada de ella fuera para los judíos.
Y fue este rechazo el que destruyó al Partido Laborista de Israel, quien perdió, y a lo grande, en todas las elecciones generales que siguieron a Camp David. En el 2000, el electorado israelí, de manera sombría, llegó a la conclusión de que no existía un "socio para la paz" del lado palestino, y que éstos nunca, y de una manera firme, aceptarían la existencia de un Estado judío en cualquier parte de Palestina. Y eso que representaba el partido Laborista, una solución de dos Estados, se convirtió era una triste ilusión.
Así fue como los electores votaron a favor de la derecha dura, de la derecha más suave, a varios partidos de Dios (anti-sionistas y ultra-sionistas), a un partido de los pensionistas y al grupo de centro de Ariel Sharon, Ehud Olmert y Tzipi Livni, dejando en todo caso de lado a los Laboristas y a sus conciliadores afiliados. El electorado se había desplazado, quizás irremediablemente, hacia la derecha.
Actualmente, el partido Laborista se ha quedado abandonado con cuatro o cinco miembros en la Knesset (en una cámara de 120 escaños), sin ninguna plataforma, sin ningún líder claro, sin futuro.
En los próximos años, los palestinos (y sin duda también los israelíes) van a pagar, y pagarán claro, por la falta de voluntad de los palestinos a la hora de compartir Palestina.
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