Saturday, September 28, 2013

La ilusión de un único Estado: (El escepticismo sobre la partición y el futuro del proceso de paz - Avner Inbar, Assaf Sharon - OZion)



(Leído a Judith Bell en un comentario de este mismo artículo: 
Realmente sorprendida al ver como este artículo sale de la organización izquierdista Molad. Este artículo y el de Bernard Avishai son muy interesantes. La izquierda judía ha liderado el camino hacia una demonización de Israel, fuera de contexto y obviando las acciones de los palestinos. El malo ha sido Israel todo el tiempo. 
Y ahora que ven que su mensaje ha tenido éxito se sorprenden de que haya gente que esté pidiendo el fin de Israel.  
¿Qué esperaban cuando ven a gente hablar de un estado de Apartheid en los campus de EEUU y que Israel es la causa de todas las guerras y del terrorismo que recorre la región, donde los terroristas sólo están respondiendo con desesperación a la brutalidad israelí? Por supuesto, eso significa el final de su patria. Así que ahora nos dicen oigan, eso no es, esperen un momento. Tal vez los Moladniks deberían aprender a ser más honestos y ecuánimes en sus discusiones sobre el Oriente Medio.  
No obstante, habiendo tomado nota de su hipocresía egoísta, este análisis da realmente en el clavo de que una gran parte del problema es la forma de resolverlo a través de negociaciones directas)
La condonación de la solución de dos estados es la última tendencia en la erudición académica sobre Israel-Palestina. Y es un punto de encuentro sorprendente entre la izquierda y la derecha, con la idea de que la Palestina histórica ya no puede ser dividida en dos estados soberanos ganando popularidad entre los antiguos partidarios de dos estados para dos pueblos. Incluso si una partición fue en algún momento justa y posible, argumentan los recientes "conversos a la Iglesia de a la mierda con la solución de dos estados para dos pueblos", los años de fracaso han drenado las ultimas gotas de razonable esperanza por esta idea obsoleta. La solución de dos estados, nos decir, no es intrínsecamente mala, simplemente "está pasada de moda". La controversia alrededor de reciente articulo de Ian Lustick "La Ilusión de dos estados" en el The New York Times ofrece la oportunidad de analizar "este escepticismo sobre una partición", como lo denominamos, y de exponer sus argumentos a un examen critico.

1. El escepticismo sobre una partición

Los argumentos en contra de la solución de dos estados son de dos tipos. Algunos se oponen a la partición por razones morales, con el argumento de que cualquier solución que no aborde el derecho de retorno de los palestinos y corrija la discriminación de los ciudadanos palestinos de Israel es inherentemente injusta. Estas objeciones son aplicables independientemente del estado del proceso de paz, y tienen el mismo peso ahora que cuando Lustick y otros escépticos actuales a una partición seguían animando una solución de dos estados para dos pueblos.

El segundo tipo de argumento en contra de la partición hace referencia a preocupaciones a cerca de su viabilidad. Estos escépticos sobre una posible partición sostienen que aunque la solución de dos estados sea en principio deseable, ya no es factible, y sostienen que el proceso de paz esta fallando porque se ha dirigido hacia un callejón sin salida y exigen soluciones alternativas. No es de extrañar que después de 46 años de incesante ocupación y de tres décadas de negociaciones fallidas, y en medio de una precaria nueva ronda de conversaciones de paz, la tendencia a anunciar o celebrar la muerte de la solución de dos estados esté haciendo algunos progresos entre intelectuales y activistas. Se necesita un optimismo sin fin para no caer en la desesperación de vez en cuando, pero aquellos de nosotros cuyas vidas están íntimamente implicadas en este conflicto no pueden tener el lujo de permitirse que las reacciones viscerales se interpongan en el camino hacia un lúcido compromiso con la realidad. La fatiga no es un sustituto para el análisis y la frustración no es excusa para una argumentación poco atenta a la realidad.

El principal argumento de los escépticos de las particiones es que la solución de dos estados es irreversible debido a su muerte por los "hechos sobre el terreno". Esta afirmación se ha estado oyendo desde hace más de 30 años. En 1982, el profeta de la irreversibilidad, el historiador israelí y ex teniente de alcalde de Jerusalén, Meron Benvenisti, advirtió que ya han pasado "5 minutos de la medianoche" con respecto a la solución de dos estados, y ello debido a la anexión de facto de la Cisjordania por Israel.

Lustick recuerda que en 1980 detectó que Israel "utilizaba de forma sistemática" las conversaciones enredadas en como llevar a cabo las negociaciones como camuflaje para una anexión  de facto de Cisjordania a través de la construcción intensiva de asentamientos, la expropiación de tierras y el estimulo a una "emigración árabe voluntaria”, con el argumento de que todo esto ponía en peligro la viabilidad de la partición. Pero mientras que la mala fe de Israel en algunos de esos casos no se puede negar, la anexión es un término legal, la tierra no puede ser anexionada de facto debido a que una anexión requiere el asentimiento o al menos el reconocimiento de las partes interesadas, y nadie, ni la comunidad internacional, y desde luego no los palestinos, y ni siquiera Israel oficialmente, se refieren a Gaza y Cisjordania como territorios anexionados.

La cuestión, entonces, no es la situación de los territorios ocupados, sino la realidad física, los hechos notorios sobre el terreno. Cuando se trata de la visión de un estado democrático binacional, Lustick nos cuenta sobre la posibilidad de "cambios radicales y perjudiciales en política". Los imperios pueden subir y caer, pero los asentamientos están para siempre. La construcción de asentamientos ha sido sin duda el mayor obstáculo para la paz y una fuente constante de frustración para aquellos que la buscan. Pero es un error llegar a la conclusión de que son irreversibles.

En realidad, la idea de que los asentamientos son físicamente irreversibles no es hoy más valida, con más de 500.000 colonos, que lo era en la década de 1980, cuando no eran más que unos pocos. Para verlo, basta con señalar algunos hechos básicos acerca de ellos. Tengan en cuenta que el 85% de los colonos viven en lo que hoy se conoce como bloques de asentamientos, que suponen menos del 6% de Cisjordania. Casi todos los asentamientos fuera de estos bloques tienen menos de 2.000 habitantes. Por otra parte, los asentamientos dependen para su subsistencia de la financiación y los servicios prestados por el Estado de Israel. Los asentamientos no han desarrollado ninguna industria local importante, ni tampoco ninguna empresa comercial o agrícola de importancia, y más de los dos tercios de los colonos trabajan dentro de la Línea Verde. Del resto que trabaja en los asentamientos, el porcentaje de empleados públicos y municipales es extremadamente alto. Mientras que el estado de bienestar de Israel se hace pedazos, las prestaciones y los subsidios del gobierno a los asentamientos están por las nubes. Cualquier cosa, desde el transporte a la educación y la vivienda, resulta allí más barata que para los judíos que viven dentro de la Línea Verde. La vida en el absurdo geopolítico de los asentamientos es objetivamente costosa, lo que la vuelve completamente dependiente de los subsidios especiales.

La retirada de estos beneficios y servicios haría la vida en los asentamientos apenas posible y muy posiblemente insoportable para la mayoría de los colonos. El hecho de que las imágenes sobre el desplazamiento forzoso tras la desconexión de Gaza sigan dominando las discusiones sobre un acuerdo de desmantelamiento, representa un triunfo de la derecha, cuestión a la que ha contribuido la izquierda gratuitamente. Los defensores de la paz deben superar su "tendencia a engrandecer autodestructivamente los asentamientos". Deben prestar atención a las palabras de Eliseo Efrat, un importante geógrafo israelí, que escribió recientemente en “La solución de dos estados” que "el sistema de asentamientos establecido durante muchos años a través de grandes inversiones, es, de hecho, geográficamente inestable e incoherente con la lógica de una ordenación del territorio, por lo que tiene pocas posibilidades de mantener una existencia independiente duradera... El colapso y la desintegración de este sistema es solo una cuestión de tiempo".

La cuestión, entonces, es de voluntad política, no de posibilidad física. Sin lugar a dudas, la creación de una voluntad política necesaria para la eliminación de los asentamientos es un gran reto, pero esto debe servir como una llamada a la acción, no como una excusa para la desesperación. Ciertamente, no es un argumento para renunciar a la partición en favor de una solución de un único estado. La idea binacional es un anatema para la mayoría de los judíos de Israel, mientras que la partición es favorecida constantemente por una sustancial - aunque trágicamente ineficaz - mayoría de la población israelí. Las encuestas de opinión muestran también que la mayoría de los palestinos prefieren un Estado independiente a esas alternativas binacionales. En la medida en que el problema se refiere a la voluntad política, entonces, no hay razón alguna para atribuir mejores perspectivas a la opción de un único Estado que a la solución de dos estados para dos pueblos.

2. El Fetichismo de la Negociación

La razón principal del escepticismo de Lustick a una partición es el hecho de que "las tres últimas décadas están llenas de cadáveres de fallidos proyectos de negociación". Lo esencial de este argumento es que, dado que todos los intentos anteriores para llegar a una solución de dos estados no estuvieron a la altura, la propia solución de dos estados debe ser inalcanzable.

Pero aquí es victima de un error frecuente: la confusión de los medios con los fines. Los fracasos repetidos para alcanzar ese objetivo deseado pueden poner únicamente en duda su viabilidad si se han agotado los mejores medios. El no poder hacer una tortilla no prueba que las tortillas sean ilusorias si nadie ha estado dispuesto a romper algunos huevos en el camino. En otras palabras, el hecho histórico, y por lo tanto contingente, del proceso de paz en su objetivo explícito de alcanzar el fin deseado solo podría contar como evidencia de la imposibilidad de una solución de dos estados en el hecho de que "garantizáramos que el proceso se desarrollado en su mayor parte sin defectos". Pero pocos observadores de los asuntos del Oriente Medio pueden confesar sinceramente eso, y menos aún Ian Lustick, que ha estudiado la región durante 40 años. Como cuestión de hecho, el proceso de paz se ha visto mermado de manera tan flagrante que buscar los fallos en la propuesta de solución, es decir, en la formula de dos estados para dos pueblos, equivale de facto a exonerar la intransigencia israelí, los errores palestinos y la mala administración estadounidense del proceso de paz.

La lista completa de los desaciertos, de las interrupciones y de los accidentes que hicieron de la frase "proceso de paz" un objeto de escarnio en Israel y Palestina, por igual, va mas allá del alcance de este articulo. Pero el tema en cuestión no puede abordarse sin una consideración sobre su defecto fundamental, lo que nos lleva de nuevo a la falacia de los medios y los fines. En abril del año pasado, unas semanas antes de que triunfalmente se anunciara la reanudación de las conversaciones de paz entre Israel y los palestinos, John Kerry reiteró el principio básico que subyace a todos los esfuerzos de la comunidad internacional desde el inicio del proceso de paz: "dos estados viviendo el uno al lado del otro en paz y en seguridad, y todo ello mediante negociaciones directas entre las partes". Esta declaración, y un sin número de otras similares, muestra como la comunidad internacional, Israel, y a veces incluso los palestinos, enlazan juntos dos proyectos que son, en principio, totalmente independientes: terminar el conflicto palestino-israelí a través de la partición de la Palestina histórica en dos estados soberanos basándose en las fronteras de 1967, y lograr esto por medio de negociaciones bilaterales directas. Es esta fusión del fin y de los medios, en la imaginación de los actores políticos relevantes, la causa de que el fracaso del proceso de paz sea interpretado cada vez más como una ruptura de la solución de dos estados.

Si bien cada vez más comentaristas buscan alternativas a la partición, pocos hacen algún esfuerzo para desarrollar alternativas al fetichismo de la negociación que afecta a los defensores de la paz entre israelíes y palestinos. Este apego irracional a las negociaciones directas es responsable, entre otras cosas, de la insistencia de EEUU por bloquear la potencial candidatura palestina a un cambio en el juego a través del reconocimiento de la ONU. El ex embajador de EEUU en la ONU, Susan Rice, dijo en su momento que la iniciativa de reconocer un Estado palestino "solo pone en peligro el proceso de paz y complica los esfuerzos para devolver a las partes a unas negociaciones directas", una declaración irónica si se compara con el total fracaso de las negociaciones. Pero este fracaso no es incidental. Se desprende estructuralmente de un entorno en el que la parte más fuerte no esta realmente interesada en cerrar el trato.

Los incentivos de Israel para entrar en las negociaciones, principalmente la mitigación de la presión internacional, son ampliamente satisfechos por las propias negociaciones. No es de extrañar que Tzipi Livni, la negociadora en jefe de Israel, hable incesantemente de la "sala de negociaciones" pero siga siendo evasiva sobre lo que pretende conseguir allí. Solo cuando Israel ya no sea capaz de asegurar sus percibidos intereses a través de unas negociaciones sin fin, las negociaciones podrían dejar de ser interminables. Los palestinos, en si mismos, no tienen lo que Israel pretende ganar con el proceso de paz, por lo que no esta claro que obligar a ambas partes a encerrarse en una habitación pueda conseguir, sin incentivos creíbles y de gran alcance, resolver el conflicto.

En consecuencia, si no se ha llegado a una solución de dos estados eso no es debido a alguna inviabilidad inherente o los a menudo bastante exagerados "hechos sobre el terreno". Será más bien porque las alternativas para dirigir las negociaciones bilaterales continúan siendo descontadas a favor del único camino que ha llevado en varias ocasiones, y como era de esperar, a un callejón sin salida.

3. Extraños compañeros de cama

En lugar de analizar las fallas del proceso, proponiendo y promoviendo mejores caminos, Lustick, al igual que otros escépticos de la partición, insta a las dos partes "a repensar sus supuestos básicos". En ningún lugar de su artículo se especifica cuales son. Así que vamos a exponer dos por nuestra parte.

En primer lugar, se supone que las aspiraciones nacionales de ambos, judíos israelíes y árabes palestinos, son auténticas y arraigadas. En esto no son diferentes de los argelinos, los serbios y los irlandeses. De hecho, estos ejemplos citados por Lustick solo dan testimonio de la capacidad de recuperación de las identidades religiosas, étnicas y nacionales. Irónicamente, casi todos los precedentes que cita demuestran la necesidad de una partición de un tipo u otro.

En segundo lugar, también asumimos que no existe "el borrón y cuenta nueva" en la historia. Un siglo de derramamiento de sangre deja marcas. Las décadas de odio, humillación, violencia y despojo no son lavadas por un decreto político. La animosidad profundamente arraigada, la desconfianza y las fundamentales divisiones religiosas, políticas y sociales no pueden ignorarse mediante sueños utópicos.

Los propios ejemplos que esboza Lustick - Yugoslavia, Irlanda, Irak - demuestran esto mismo con inquietante claridad. Lustick reconoce de paso que con la evaporación de la solución de dos Estados, "se prepara el terreno para una opresión despiadada, la movilización de masas, los disturbios, la brutalidad, el terror, la emigración judía y árabe, y las oleadas de condenas internacionales de Israel".  Lustick espera que solamente entonces los lideres de Israel se darán cuenta "de que su comportamiento esta produciendo el aislamiento, la emigración y la desesperanza", momento en el que se reconocerán los derechos palestinos, se atenderán sus quejas y se asumirá la responsabilidad por su sufrimiento. La parte árabe entonces se pondrá de acuerdo "en aceptar menos de lo que se imagina como una justicia plena".

Pero esa es la lógica desesperada de los soñadores leninistas, no un plan razonado. La creencia de que una vez que el orden político existente en el "proyecto sionista" sea eliminado, es seguro que la "democracia brotará", es una reminiscencia del idealismo juvenil que llevo a George W. Bush a la promesa de un "Irak libre, pacifico y democrático” tan pronto como Saddam Hussein saliera de la escena. Por desgracia, es precisamente la post-guerra en Irak el ejemplo más apropiado para la realidad que podría estar al acecho detrás de las visiones de un único Estado.

De hecho, no hay necesidad de recurrir a precedentes lejanos. Aunque los escépticos a una partición gustan de presentar su punto de vista como una novedosa posibilidad inexplorada, la “idea contraria a una partición” fue una auténtica realidad para gran parte del siglo pasado. La misma idea de una partición solo gano fama y terreno con el informe de la Royal Palestine Commission nombrada para investigar las revueltas árabes de 1936. Es cierto que la comisión no podía cumplir con sus objetivos de referencia, como "eliminar los agravios" de las comunidades rivales y "evitar que vuelvan a ocurrir", porque "la enfermedad estaba tan profundamente arraigada" que promovió la firme convicción de los comisarios de que la única esperanza de una cura se hallaba en una operación quirúrgica. Así pues la Comisión recomendó la partición porque "no es cuestión (no existe la posibilidad) de una fusión o una asimilación de las culturas judía y árabe. El Hogar Nacional no puede ser un 'medio nacional', [...] el nacionalismo árabe es tan fuerte como poderoso es el nacionalismo judío y  ninguno de los dos ideales nacionales permite su combinación al servicio de un solo Estado". Seria absurdo sugerir ahora que las décadas posteriores de sangriento conflicto de alguna manera han mitigado ese juicio. La prospera democracia conjurada por estos “profetas de la unificación” se desintegraría rápidamente en una guerra tribal. La "libanización es siempre mucho más probable que la reconciliación".

Ciertamente, todo esto se puede discutir, pero no puede ser ignorado. Sin embargo, los escépticos sobre una partición casi siempre se muestran satisfechos señalando exclusivamente las deficiencias de la solución de dos estados, al tiempo que ofrecen muy pocos detalles concretos acerca de sus esotéricas alternativas. Como era de esperar, los únicos partidarios de un único Estado que se muestran dispuestos a dar cuerpo a sus planes son sus "partidarios derechistas israelíes a una no partición” motivados por su expansionismo nacionalista. Así los opositores desde la izquierda a una partición, al no lograr articular propuestas concretas sobre ese futuro que desean, corren el riesgo de hacer el juego a sus colegas (en su no a la partición) y rivales de la derecha. Teniendo en cuenta el equilibrio de poder en Israel, es probable que si finalmente se eligen y se adoptan las propuestas no particionistas, éstas asuman las "características no democráticas ideadas por estos derechistas y no el carácter democrático deseado por la izquierda" [N.P.: si por carácter democrático se puede entender forzar a la población judía de Israel a prescindir de su plena soberanía].

Pero independientemente de la presencia amenazante de esa dinámica derechista radical presente en Israel, no se puede jugar responsablemente con las estructuras de un Estado sin establecer un plan. Pero dada la historia de animosidad y derramamiento de sangre, las más probables alternativas a la partición son un apartheid o bien una libanización. Y teniendo en cuenta la distribución de armas, los palestinos serían probablemente los que se llevarían la peor parte en cualquiera de esos casos. Hasta que los partidarios, de izquierdas y de derechas, de un único Estado propongan algo parecido a los elementos más rudimentarios de un arreglo institucional binacional estable, ellos no hacen mas que jugar con las palabras. Y con las vidas ajenas.

Todo se vuelve dolorosamente evidente cuando el artículo de Lustick alcanza el crescendo predecible en ese "medio ambiente radicalmente nuevo" que nos esperaría "más allá del horizonte de los dos estados". Tan pronto como se especifica verbalmente este entorno maravilloso, sus aseveraciones se nos vuelven tan fuera de contacto con la realidad que bordean la forma de un insulto a los israelíes y palestinos genuinamente interesados en resolver el conflicto de una manera u otra:

En ese “medio ambiente tan radicalmente nuevo”, los “palestinos seculares en Israel y Cisjordania podrían aliarse con los post-sionistas de Tel Aviv, los inmigrantes no judíos de habla rusa, los trabajadores extranjeros y la aldea global de empresarios israelíes”. A su vez, los “judíos ultra-ortodoxos antinacionalistas podrían encontrar una causa común con los tradicionalistas musulmanes”. Además, “sin las ataduras al sionismo estatal en un cambiante Oriente Medio, los israelíes cuyas familias vinieron de los países árabes podrían encontrar nuevas razones para pensarse a si mismos no como orientales, sino como árabes”. En vez de recalcar la auténtica marginalidad demográfica y política de algunos de estos grupos y las divisiones ideológicas, emocionales y políticas existentes entre ellos, esta es una auténtica analogía que nos sirve para ilustrar cuan descabellada es la visión de Lustick.

Los progresistas en los EEUU han estado tratando con una crisis cada vez más frustrante alrededor del control de armas. A pesar de que una clara mayoría está a favor de una regulación más estricta, los funcionarios electos son incapaces de superar las diferencias ideológicas y ofrecer una solución. Ahora imaginemos que un académico israelí experto en la política americana publica un largo artículo en un periódico muy importante en el que aboga por una nueva política de control de armas basada en el supuesto de una coalición emergente que, de alguna manera, puede romper ese estancamiento político. Y nuestro experto israelí sugeriría que los “radicales de Berkeley, los libertarios del Tea Party y los inmigrantes mexicanos ilegales podrían aliarse con los nativos americanos”.  Además, este eminente estudioso también podría conjeturar que “los judíos ortodoxos y hasídicos americanos podrían encontrar una causa común con los mormones, y que dadas sus raíces comunes con los cuaqueros protestantes evangélicos, podrían encontrar nuevas razones para pensarse a si mismos como pacifistas”. Pero para que todo esto suceda, "primero deberíamos eliminar todas las regulaciones sobre las armas, tal vez incluso distribuir armas semiautomáticas a los alumnos de high school" para que el problema estallará. Nuestro experto imaginario obviamente reconocería que, tras la aplicación de su propuesta, "se establecería un escenario propicio para... revueltas, brutalidad, terror en suma", pero creería que todo eso valdría la pena porque tal vez, solo tal vez, una “fantástica nueva realidad surgiría de debajo de la ruinas”. ¿Por que? Debido a que "la política puede hacer extraños compañeros de cama".

4. Más allá de la frustración

Podríamos señalar absurdos adicionales en el artículo de Lustick, como la afirmación de que la solución de dos estados es apenas posible porque "las poderosas fuerzas islamistas hacen de una Palestina fundamentalista algo más probable que un pequeño estado con un gobierno secular", aunque una vez que se disipara la ilusión de dos estados, "masas de refugiados árabes y de musulmanes oprimidos y explotados, en Gaza, Cisjordania e Israel, podrían ver la democracia, y no el Islam, como la solución". Es decir, para Lustick la solución de dos estados es la fuerza impulsora detrás del fundamentalismo islámico, por supuesto. Pero el quid de la cuestión no son las inconsistencias de un artículo específico, sino el hecho de que el escepticismo sobre una partición y la ilusión de un único Estado que la desmentiría, casi inevitablemente conduce a estos absurdos.

La solución de dos Estados puede y debe ser cuestionada y debatida, sus críticos morales plantean problemas graves que deben ser, y creemos que pueden ser, sinceramente tratados. No sugerimos que la frustración de Lustick sea injustificada. Es cierto que gran parte de la industria de la paz se ha vuelto contraproducente y más preocupada por mantener su acceso al poder y la protección de un legado que en avanzar hacia una solución. La timidez americana hacia Israel se ha ganado sus críticas. Y quizás sea probablemente cierto menospreciar la actual ronda de negociaciones.

Pero nada de esto justifica el escepticismo ante una partición. La dependencia generalizada de los asentamientos a un apoyo del gobierno significa que, a pesar de los esfuerzos exitosos de la derecha por crear la impresión de lo contrario, su eliminación es una cuestión de voluntad política más que de fuerza bruta. Si Israel decide tirar del enchufe, la empresa colonizadora se derrumbara como un castillo de naipes. En efecto, la ironía es que casi todo el mundo, incluyendo la gran mayoría de los israelíes, conoce los contornos de la solución con singular claridad. El importante debate sobre el conflicto palestino-israelí no trata sobre la solución, sino sobre la forma de lograrla. Los esfuerzos de los intelectuales, activistas y responsables políticos deberían invertirse en la fijación del proceso. Eso es lo que está roto, y ahí es donde las nuevas ideas, innovadoras y radicales que vengan, realmente pueden hacer la diferencia.

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