Saturday, July 16, 2016

La continua fijación de los europeos con los judíos no debe extenderse a los EEUU - Michael Oren - Newsweek



"Los argumentos más feroces que se expresan en este parlamento son sobre Israel". Estas palabras pronunciadas por el presidente del Comité de Asuntos Exteriores de Holanda me sorprendieron. Pero no lograron perturbar a los otros miembros del comité, tanto de la izquierda como de la derecha. Por el contrario, todos ellos estuvieron fácilmente de acuerdo. Al final, sólo yo exhibí sorpresa.

"Déjenme ver si lo entiendo", les dije, "su país está en crisis económica, decenas de miles de refugiados se están concentrando en sus fronteras y la UE corre el riesgo de derrumbarse, y sin embargo, el problema que más les ocupa es... Israel".

Mis anfitriones asintieron unánimemente. Sin embargo, aunque impactante, la conversación no fue de ninguna manera inusual. Como presidente del Subcomité de Asuntos Exteriores del Parlamento israelí, con frecuencia me reuno con legisladores europeos.

Ya sean holandeses, belgas o alemanes, todos ellos informan el mismo fenómeno: Israel, y después la seguridad, más los refugiados y la economía, son los que provocan sus debates más amargos y polémicos. Y cada vez que escucho esto, me asombro nuevamente. En este juego, pronto me di cuenta de ello, no está la identidad de Israel, sino la de los europeos. Para ellos, el Estado judío es exactamente eso, un estado de los judíos contra el que Occidente se define una vez más a si mismo.

Así ha sido durante más de dos mil años. Los antiguos mundos helénicos y romanos desafiaron teológicamente a un judaísmo que rechazaba su politeísmo y la divinidad de los reyes, y amenazados por la creciente demografía de la poblaciones judías, designaron a los judíos como ese Otro.

Los primeros pogromos y expulsiones a gran escala se llevaron a cabo en Roma y Alejandría, mucho antes del nacimiento del cristianismo. "¿Cómo se podría considerar la admisión de un pueblo semejante a la ciudadanía, o bien permitirles derechos políticos?", escribió Apión, un antisemita del primer siglo de nuestra era. "Los alejandrinos tenían razón al detestar a los judíos", proseguía. A principios del siglo II, la comunidad judía de Alejandría que una vez tuvo casi un millón de miembros, casi había desaparecido.

Losesfuerzos de la pagana Europa para definir su oposición a los judíos se intensificaron aún más cuando el continente fue controlado por la Iglesia. En contraste con los cristianos que eran representados como "espiritualmente elegidos, controlando el poder y filantrópicos", los judíos fueron retratados como "los asesinos de Cristo, condenados a ser apatridas y presas de su materialismo". Del mismo modo que después de la destrucción del Segundo Templo en el año 70, las monedas romanas mostraron a un orgulloso legionario que sostenía una lanza sobre una humilde mujer judía, las catedrales medievales retrataron a la Iglesia apuntando con una cruz con forma de lanza sobre una mujer judía con los ojos tapados por una venda (alegoría de la sinagoga ciega o cegada a la verdad y el conocimiento).

Y, como en la antigua Judea, la alteridad de los judíos justificaba su expulsión. "Debemos evitar hacernos socios de sus palabras y delirios diabólicos por medio del blindaje y la protección frente a ellos", escribió Martin Luther en 1543. De hecho, durante el Renacimiento, gran parte de Europa Occidental fue judenrein .

La Ilustración apenas cambió esta situación. Como David Nirenberg revela en su épico estudio sobre el antijudaísmo, la "tradición occidental y los pensadores de la Ilustración estaban obsesionados con los judíos y el judaísmo". Desde la Asamblea de la Revolución Francesa a la filosofía de Hegel, Kant y Schopenhauer, los europeos debatieron largamente si los judíos eran aún plenamente humanos, y mucho menos dignos de la ciudadanía.

La emancipación fue finalmente alcanzada, pero sólo después de amargas disputas que en muchos casos nunca cesaron. El caso Dreyfus, que comenzó un siglo después de que Francia liberara a sus judíos no fue, de hecho, sobre Dreyfus, sino sobre Francia, si el país sería liberal y secular o militantemente católico. Marx destacó el judaísmo como la antítesis del comunismo. Para Hitler, los judíos fueron los no arios por excelencia.

Pero, ya sea en la antigua Roma o en el Munich del siglo XX, los judíos permanecieron necesarios. Sin ellos, los europeos pusieron un gran empeño en especificar quiénes eran y no eran ellos mismos. Y ese papel continúa en la actualidad. Al igual que el antisemitismo en Europa fue precristiano, así también ha persistido después de que la Unión Europea descartara al cristianismo como una de las fuentes de la identidad europea. El mismo gobierno holandés que está poniendo a la venta decenas de sus iglesias nacionales se divide acremente sobre las políticas de Israel hacia los palestinos.

Mientras que lidian con una economía fallida y con amenazas masivas a su seguridad, los líderes franceses tienen tiempo para poner en marcha una iniciativa de paz en Oriente Medio que Israel rechaza [N.P.: y votar en la Unesco contra la herencia y la historia judía].

Dirigiéndose al Parlamento Europeo este mismo mes, el presidente palestino Mahmoud Abbas repitió una difamación medieval europea acusando a los judíos de envenenar los pozos palestinos. Abbas posteriormente se disculpó, ello no impidió que los diputados europeos le dieran una ovación puestos en pie.

La continua fijación de Europa con los judíos presenta un gran desafío para Israel, y sin embargo el peligro es mucho mayor si esta obsesión se traslada a los Estados Unidos. El debate sobre Israel es cada vez más un debate sobre América. En las elecciones actuales sobre todo, las plataformas pro-Israel se asocian con opiniones fuertes sobre la política exterior, una posición firme contra el extremismo islámico y la voluntad de asumir el liderazgo mundial.

Por el contrario, las posiciones que se autodescriben como "imparciales" sobre los temas israelíes son susceptibles de estar acompañadas de un retroceso de la fuerza militar, de una gran dependencia de la ONU y de otras organizaciones internacionales, y de un enfoque en los asuntos internos.

"Israel tiene que recordar a los Estados Unidos lo que es", me dijo recientemente un miembro de una delegación del Congreso de visita en Israel.

Incluso más que con los legisladores europeos, mi reacción fue de sorpresa, junto con el sentimiento de alarma. "No", le contesté, "los estadounidenses no necesitan Israel para definirse a sí mismos". Y los judíos, pensé, no son necesarios para servir como crisol o anverso de la identidad de otra nación. En Europa, ese papel se tradujo en un sufrimiento incalculable para mi pueblo y nos sigue afectando hoy en día.

América, eso espero, tiene la suficiente confianza en sí misma para determinar ella misma su lugar en el mundo, para debatir su futuro abiertamente e incluso con rigor, pero sin hacer referencia a los judíos y a nuestro Estado-nación.

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