Thursday, July 23, 2009

Es la hora de la separación - Guy Bechor - Ynet

En la década de 1990, vimos el proceso ganando vapor: los mayores avances ofrecidos por Israel en los Acuerdos de Oslo fueron percibidos en la región como la demostración de un Israel más sumiso y dócil. Lo peor fue hundirnos en el pantano chiíta del Líbano, más débil y miserable de lo que nos parecía. La combinación de Oslo y Líbano fue letal, pero no conseguimos detectarlo. Estábamos ocupados celebrando el "Nuevo Oriente Medio".

Poco a poco nuestros enemigos empezaron a considerar que tenían la fuerza suficiente para derrotar a Israel: los grupos terroristas nos atacaron sin tregua y miles de israelíes, soldados y civiles, perdieron la vida. Sin embargo, nosotros no hemos logrado comprender el vínculo existente entre los tres centros del terrorismo: Judea y Samaria, el Líbano y la Franja de Gaza. Hemos adoptado diferentes políticas para cada frente, nuestro pensamiento ha sido diferente para cada uno de ellos, y asignamos diferentes responsables para manejarlos.

En los últimos diez años hemos luchado en tres guerras (La Operación Escudo Defensivo en 2002, la Segunda Guerra del Líbano en 2006 y, más recientemente, la Operación Plomo Fundido en la Franja de Gaza.) Estas guerras, de hecho, constituyen una única guerra: una guerra destinada a la reparación de los daños y perjuicios ocasionados por los acuerdos de Oslo y por los años en el Líbano.

Si hubiéramos comprendido que realmente se trataba de una única guerra, se podría haber manejado esa ola de una forma más global y menos atormentada. Durante años nos hemos atormentado con dilemas morales y extrañas comisiones de investigación, cuando en realidad se trataba de una guerra con el mismo origen y reglas: la fuerza y la debilidad.

El daño sólo ha sido reparado hacia el final de esta década. El poder de disuasión de Israel se ha restablecido. Fatah, Hamas, Hezbolá ya no están interesados en una nueva guerra contra el IDF. Israel ya no es percibido como sumiso y presto a las concesiones. Los globos inflados en los últimos 20 años fueron desinflados totalmente: Fatah, Hezbollah y Hamas vuelven a sus reducidas dimensiones originales: no son unas organizaciones demasiado importantes, sólo se las exageró a consecuencia de su lucha contra Israel.

Como a ellos les resulta difícil salvar la distancia que media entre lo que creen ser y la dura realidad de lo que son, buscan refugio en mentiras y engaños. Las mentiras de la "matanza de Jenin", de la “victoria divina” que no fue tal de Hezbolá, y de los “falsos triunfos” de Hamas”. Sin embargo, todos en el Oriente Medio saben que parte es la verdaderamente fuerte. Fue probado en tres guerras, es decir, en una guerra.

Todo el mundo se da cuenta de eso salvo nosotros. Sucedió algo extraño: durante los años de la amenaza y del peligro nos dedicamos a celebrar ese posible “Nuevo Oriente Medio”, llenos de euforia. Sin embargo, en los años en que enseñamos una lección a los grupos terroristas fuimos presa de la depresión. Nuestras reacciones han sido totalmente desproporcionadas en lo que se refiere a la realidad que nos rodeaba.

En la década de 1990 pensábamos que éramos fuertes, pero en realidad transmitíamos una sensación de debilidad y de falta de disuasión. Desde 2000 hemos estado pensando que somos débiles, mientras el hecho es que hemos transmitido un intenso sentido de disuasión.

Ahora, el dilema está de regreso: las negociaciones diplomáticas nos retratan como débiles y dóciles, e invitan a nuevos golpes, pues en esta región se ataca a los débiles. Sin embargo, nos encontramos en nuestro terreno, hemos ganado y, a continuación, el mundo árabe nos dice: Bueno, vamos a negociar con ustedes. Y lo hacemos, sólo para volver a ser percibidos como débiles y dóciles. ¿Qué es lo que podemos hacer para poner fin a este círculo vicioso?

La solución es evitar los extremos del espectro: debemos permanecer lejos de las negociaciones por una parte y de la confrontación y la guerra por la otra. No tenemos ningún interés en ninguna de ellas. Nuestro único camino es trabajar en la forma de la retirada.

Trabajamos para la del Líbano, trabajamos para la de Gaza, y ahora tenemos que trabajar para la de Judea y Samaria. Las negociaciones no funcionarán porque los palestinos nos ahogarán con las cuestiones de Jerusalém, los refugiados, y demás temas.

Ellos quieren anegar nuestro futuro y el de nuestros hijos con sus propios dilemas existenciales. Sólo la separación nos rescate de ellos y de su atormentado mundo.

El tiempo es el adecuado para una dramática iniciativa del gobierno israelí. Por ejemplo, la separación de los barrios árabes de Jerusalén, con la excepción de la Ciudad Vieja. Un total de 250.000 palestinos, que por alguna razón devinieron en árabes israelíes, regresarán a la Autoridad Palestina. Nadie en el mundo se opone a esto: en realidad, nos animan a ello. Mientras tanto, vamos a ahorrar miles de millones de shekels en prestaciones sociales y garantizaremos un logro que no incluye ni las negociaciones ni la guerra, sino solamente la separación.

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