Sunday, October 28, 2007

El daño hecho a los árabes - Petra Marquardt-Bigman - JPost Blog Central

Cuando un partidario de Israel afirma que los árabes nunca han querido aceptar la existencia de Israel y que no hay en ninguna parte del mundo árabe ningún apoyo popular a una paz con Israel, la mayor parte de las audiencias europeas reaccionan con escepticismo, si no con absoluta hostilidad — después de todo, la noción de una "intransigencia israelí" como obstáculo para la paz en el Oriente Medio es extensamente (y enfervorizadamente) popular.

Sin embargo, en una especie "de accidente de trabajo", una prominente activista palestina ha reconocido recientemente que el mundo árabe ha estado consumido durante décadas "por el ultraje y la hostilidad": "generaciones de jóvenes árabes han sido educadas en la hostilidad hacia Israel", no existe en ningún estado árabe "ninguna aceptación popular de Israel", y es "su oposición intransigente a Israel lo que explica la victoria Hamas en las elecciones palestinas en 2006".

Por supuesto, estas palabras no fueron escritas con la intención de evidenciar que, en vez de culpar a la "intransigencia israelí", sería más apropiado culpar a la intransigencia árabe de la carencia de paz en el Oriente Medio. Es más, estas palabras fueron escritas para los lectores de una elitista revista mensual izquierdista, "Le Monde Diplomatique", de cuya audiencia se puede esperar que comparta la noción de que la duradera hostilidad árabe hacia Israel es absolutamente comprensible, está totalmente justificada y es completamente legítima.

Pero mientras la hostilidad árabe hacia Israel ha sido durante mucho tiempo "justificada" con la ocupación de Cisjordania y Gaza, resulta que ahora ya no es necesario guardar las apariencias — ahora la hostilidad árabe hacia Israel puede justificarse sinceramente "por el daño que se ha hecho a los árabes con la creación de Israel".

Supuestamente, "el daño hecho a los árabes con la creación de Israel" es una historia indecible (nunca reconocida) en Occidente. Para entenderlo, usted tiene que olvidar la narrativa israelí y la idea de los árabes como agitadores fanáticos y atrasados, irracionalmente empeñados en la destrucción de un estado moderno, democrático y pacífico". El significado relevante a desechar es "irracional" — en otras palabras, el empeño del artículo consiste en comunicar que realmente era "completamente racional" que los árabes estuvieran determinados en destruir Israel.

El por qué era completamente racional para los árabes tratar de deshacer el establecimiento de Israel, se explica en unos términos que serían denunciados como racismo derechista si esa clase de explicaciones aparecieran en una publicación como FrontPage Magazine: "en 1948 el mundo árabe fue encarado con la creación nueva y ajena de Israel. Su espíritu gobernante era europeo y también lo era la mayor parte de su gente. Cómo tales, los árabes no podían entenderlos, ni tratar con ellos. Los árabes se encontraban impotentes para prevenir la creación de Israel y estaban demasiado débiles para derrotarlo con la guerra que siguió."

Por supuesto, así como la Guerra de Independencia "fue la continuación", todas las otras guerras emprendidas por los árabes a fin de deshacer el establecimiento del estado judío también, de alguna manera, "fueron la continuación"...

Sin embargo, resulta que lo más insidioso de Israel son sus esfuerzos para vivir en paz con sus vecinos, porque por lo visto, es obvio para cada persona de izquierdas entender que esos esfuerzos se deben únicamente al deseo de "Israel de interrumpir un frente árabe y que para ello ha trabajado tanto tiempo en realizar tratos separados con los estados árabes (Egipto en 1979, la OLP en 1993, Jordania en 1994)".

Así, mientras los esfuerzos de Israel por conseguir acuerdos de paz son denunciados como parte de una "maliciosa campaña para dinamitar un frente árabe", la iniciativa saudita es descrita como "la última de una serie de iniciativas árabes" pretendiendo traer la paz al Oriente Medio. No hay más detalles adicionales sobre "esa serie de iniciativas árabes", pero alcanzando la cumbre de las contradicciones, dicha oferta saudita es elogiada como "un paso gigantesco por parte de los árabes, invirtiendo décadas de hostilidad."

Así pues, recapitulando "la narrativa árabe" avanzada en el artículo:
- (1) la creación de Israel causó "ultraje y hostilidad" en el mundo árabe, lo que ha permanecido hasta ahora.
- (2) varias guerras "sucedieron o continuaron" dicha creación y fueron devastadoras para los árabes.
- (3) los esfuerzos de Israel por vivir en paz con sus vecinos sólo son parte de una "maliciosa campaña para interrumpir la creación de un frente árabe".
- (4) al mismo tiempo, los árabes han permanecido firmes en su hostilidad hacia Israel; aún así, hubo "una serie de iniciativas árabes" para lograr la paz, pero sin embargo, sólo la iniciativa saudita, la última de esa supuesta serie, representa "un paso gigantesco por parte de los árabes, invirtiendo así décadas de hostilidad".

No es, por no decir más, un desarrollo muy franco, sin mencionar la narrativa consecuente. No puede ser un desarrollo franco o consecuente porque los hechos no tienen sentido, y siempre que los hechos son inoportunos son sustituidos por la fantasía. Y la fantasía más grande de todas es la asunción de que como el mundo árabe esta consumido por una hostilidad destructiva, Israel, igualmente, está únicamente motivado por su deseo de dañar y debilitar al mundo árabe.

Lo que por lo visto Ghada Karmi, la autora de este artículo, no puede imaginar es que, muy diferentemente al mundo árabe, Israel siempre tuvo prioridades positivas; y antes que ninguno su objetivo principal fue construir un estado judío próspero. Esto significa, por necesidad, que Israel ha buscado y ha abrazado cada oportunidad realista que pudiera asegurar la paz con sus vecinos.

Si Ghada Karmi asume que Israel esta guiado por un deseo de dañar al mundo árabe, es sólo porque ella sabe — como lo reconoce — que el mundo árabe sí esta dominado por su deseo de perjudicar a Israel. Que también es lo que realmente desea Ghada Karmi, sin ninguna duda. Ella nació en Jerusalén, donde pasó sus primeros años de infancia hasta la huida de su familia — o, como ella lo diría: fue obligada a huir — a Gran Bretaña en 1948. Allí estudió medicina, pero finalmente dejó su trabajo como médico y se dedicó al activismo político a jornada completa, escribiendo a favor de la causa palestina.

Karmi aboga abiertamente por "una solución de un estado", y por ello fue invitada a participar en el polémico debate planteado durante la semana pasada por la Oxford Union, finalmente anulado (Alan Dershowitz escribió sobre esta cuestión en su blog ; la reacción de Karmi a sus palabras fue "terrorismo Intelectual").

En opinión de Karmi, la solución de un "único estado, democrático y laico" es tan atractiva porque ofrece la mejor posibilidad para acabar con la identidad judía israelí que refleja "el concepto en el cual se fundó la totalidad de la empresa sionista". Karmi ha descrito a los judíos como "una comunidad ensimismada y atormentada, desconfiada y neuróticamente endurecida por los siglos de necesidad de supervivencia", pero como ella no cree que los judíos constituyan una nación, les niega por tanto la legitimidad de una reclamación de su autodeterminación y aboga "por dar marcha atrás al reloj, al tiempo previo a una historia estatal judía y rehacer la historia desde allí".

Considerando estas opiniones, no es apenas sorprendente que Karmi Ghada no entienda que el mayor perjuicio realizado a los árabes lo ha cometido gente como ella, gente que no puede pensar en nada más que en dar marcha atrás al reloj.

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Tinta negra sobre papel - Julian Preszburger


El muro de David


Voy a la sinagoga


La oración


El danzante


Judío hasídico


El rabbi y el muro


El rabino con gafas


Moshe


La sombra del rabino


Las arcadas de Jerusalem

Julien Preszburger

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Ahasverus, el judío errante (le juif errant, wandering jew)


Cartaphilo, encuentro del judío errante y del Cristo
en el camino del calvario, 1240-1251


Le Mans, noticia del judío errante


Anónimo, retrato del judío errante tal como se
le vio en Viena, el 22 de Marzo de 1777


Anónimo, el verdadero retrato del judío errante
tal como se le vio pasar en Avignon, el 22 de
abril de 1784


Anónimo, el verdadero retrato del judío errante
tal como se le vio pasar en Avignon, el 22 de
abril de 1784


El verdadero retrato del judío errante. Montbéliard


El judío errante. Epinal. Grabado por Francois
Georgin


El judío errante, Metz


El judío errante, tal como se le vio pasar
el año último en San Petersburgo y el 1 de
mayo de 1831 en Filadelfia, America


Ilustración anónima


Ilustración de Gavarni, para la novela de
Eugene Sue


Ilustración de G.Dore


Le juif errant, Moreau


The Wandering Jew, 1924 - Chagall


Ahasver, Petr Kriz


Le juif errant, Denise Buonanno


Le juif errant, Julien Preszburger

El Judío errante es una figura de la mitología cristiana. La leyenda relata que el hijo de un zapatero judío insultó a Jesús durante la Crucifixión, por lo que este lo condenó a "errar hasta su retorno". Por tanto, el zapatero debe andar errante por la Tierra hasta la Parusía (la segunda venida del Cristo).

A menudo se ha visto en el Judío errante una personificación metafórica de la Diáspora judía, interpretando que la Destrucción de Jerusalén supuso un castigo divino a los judíos por su responsabilidad en la crucifixión; razón por la que es considerada una leyenda de origen o naturaleza antisemita.

Sin embargo, cabe hacer abstracción de la identidad étnica del personaje y ver más bien en su castigo un rechazo de una actitud muy extendida entre los seres humanos de cualquier nacionalidad: el regodeo ante el sufrimiento ajeno.

Se le ha dado una gran cantidad de nombres al Judío Errante, algunos de los cuales son:

* Ahasverus
* Isaac Laquedem
* Giovanni Buttadeo
* Larry el Caminante
* Joseph Cartaphilus
* Juan de Espera en Dios
* Michob-Ader

Sin embargo posiblemente el nombre más antiguo, es descrito en las Cartas eruditas y curiosas del padre Feijoo, 1676-1764, se cita a Mateo de París, obispo e historiador benedictino, que afirmó en el año 1229 que dicho Judío existía, se llamaba Cartafilo, y se encontraba entonces por Armenia.

Igualmente Jacobo Basnage, autor protestante, en su Historia de los judíos, cuenta que hay exactamente tres judíos errantes:

* Samer o Samar: Judío errante condenado a vivir siempre, y a vagar, por haber fundido el becerro de oro en tiempo de Moisés.

* Catafito o Catáfito: Habría sido una especie de guardia o policía de la puerta del pretorio de Poncio Pilatos, en cuya ocasión, cuando sacaron a Cristo, de dicho pretorio para crucificarle, para que saliese más prontamente y evitar la aglomeración o el bullicio, le dio un empujón en la espalda, a lo cual Cristo, volviendo el rostro, le dijo: "El Hijo del Hombre se va, pero tú esperarás a que vuelva". Se trata de una profecía del mismo Cristo, por la que este judío no había de morir hasta que Cristo volviese a juzgar vivos y muertos. Cada cien años sufría enfermedad y angustia de muerte, pero luego sanaba y se rejuvenecía hasta los treinta años, edad que tenía cuando Cristo murió.

* Ausero: Zapatero de Jerusalén que echó de un empujón a Cristo del quicio de su puerta cuando el Señor se detuvo allí a descansar camino del Calvario, diciéndole: "Despacha, sal cuanto antes; ¿por qué te detienes?". Cristo le respondió: "Yo descansaré luego, pero tú andarás sin cesar hasta que yo vuelva". Desde aquel momento empezó el cumplimiento del vaticinio, siempre andaba peregrinando, sin parar en provincia alguna. Representaba la edad de cincuenta años, y prorrumpía en frecuentes gemidos por la tristeza que le causaba la memoria de su delito. De este dice que en el año de 1547 fue visto en Hamburgo.


Texto extraído de Wikipedia

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Entrevista de Rosa Montero (EPS) a Amos Oz.

Es el escritor israelí más conocido. Lleva años en las quinielas para el Nobel y acaba de recoger el Príncipe de Asturias de las Letras. Activo pacifista, tiene además una vida fascinante.

Tiene un rostro poderoso. Los retratos juveniles demuestran que fue un hombre muy atractivo, y aún hoy posee una cabeza rotunda que, en las fotos, recuerda el busto de un general romano, con su tupido pelo y esos ojos de águila que parecen acostumbrados a contemplar cómo se desmoronan los imperios. Por eso, por la impresión de fuerza que produce, lo primero que choca al conocer a Amos Oz es su pequeñez. Es un hombre minúsculo: probablemente no llegue a alcanzar un metro sesenta. Se le ve delgado y suficientemente ágil, pero no es nervudo y posee un pequeño tórax en punta que resulta muy poco atlético. Ha cumplido ya 68 años, pero tiene algo de criatura intemporal. Algo de gnomo, a la vez fuerte y delicado, a la vez niño y sabio. Un ser distinto. Viéndole, ahora puedo entender lo que cuenta en su autobiografía Una historia de amor y oscuridad (Siruela), un libro espléndido que probablemente sea su obra maestra. Ahí explica cómo sus compañeros de clase le maltrataban hasta llevarle a tal punto de desesperación que se empezaba a morder sus propias manos. Sí, seguramente era demasiado pequeño, demasiado guapo, demasiado inteligente, demasiado diferente, demasiado débil. Pero la fortaleza es una decisión interior, y él pasó toda su vida intentando vivir como un gigante. Se convirtió en un duro y estoico pionero de kibutz, en un valeroso pacifista, en un gran escritor.


Me alegra que haya ganado usted el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y no el de la Concordia, por ejemplo. Debe de estar harto de que su faceta política se superponga todo el rato a la literaria. En España, además, se le considera uno de los pocos "judíos buenos" en contraposición con todos los demás, que se supone que son "judíos malos". Supongo que esta simplificación tan dogmática le resultará incómoda.
Sí, me siento enormemente incómodo con eso, porque a los ojos de la prensa europea, no sucede sólo en España, Israel consiste en un 80% de fanáticos colonos en Cisjordania, todos muy religiosos; un 19% de crueles soldados en los controles de las carreteras, y un 1% de maravillosos intelectuales como yo mismo que protestamos contra el Gobierno y lo criticamos. Como es obvio, esto es una completa distorsión de la realidad israelí. Por otra parte le diré que el título que más me gustaría tener algún día es el de "antiguo militante pacifista". Porque eso significaría que habríamos conquistado la paz. Ojalá no necesitara ser político nunca más.

¿Y cree que vivirá para verlo?
Depende de lo que me quede de vida. Pero creo que el conflicto palestino-israelí está exhausto, creo que hay un síndrome de fatiga en ambos lados, y creo que la fatiga es una buena ayuda para los conflictos en general, no sólo entre naciones, sino también entre parejas.

Sí, es bueno para llegar al divorcio. Usted lleva pidiendo desde 1967 que haya dos Estados, el israelí y el palestino. En esto fue verdaderamente precoz. Siempre ha tenido una visión muy pragmática sobre el asunto. Como usted dice, una visión de médico.
La mayor diferencia entre la intelectualidad de izquierda europea y yo mismo es que los intelectuales de izquierdas europeos, cuando ven un conflicto internacional, se apresuran a firmar un manifiesto contra los malos, organizan una manifestación apoyando a los buenos y luego se van a dormir muy satisfechos de sí mismos. Yo, por el contrario, tengo la actitud de un médico de urgencias. Si veo que ha habido un accidente de tráfico en la carretera y veo que hay heridos ensangrentados, antes de ponerme a determinar quién fue el que causó el accidente o qué porcentaje de culpa hay que repartir a cada cual, lo primero que intento es parar la hemorragia, y a continuación estabilizar al paciente. Y después de eso miraré la manera de curar las heridas. No pierdas un tiempo precioso preguntando quién tiene la culpa, porque además, en el caso de Israel y Palestina, no se trata de una cuestión en blanco y negro. Este es un conflicto entre dos derechos igualmente legítimos, el de los palestinos y el de los israelíes? Y a veces incluso pienso que es un conflicto entre dos causas igualmente erróneas.

Acaba de publicarse en España 'Fima' (Siruela), una novela suya que resulta muy actual, aunque es de 1989. Fima, el protagonista, se angustia mucho cuando escucha noticias de los territorios ocupados. Cuando una niña árabe muere porque los israelíes no le dejan cruzar el control y llegar al hospital, por ejemplo. ¿A usted le sucede lo mismo? ¿Le agobia todo esto?
Sí, sí, es terrible y a menudo siento que no puedo aguantarlo, que ya no puedo soportarlo. Pero desde luego, a diferencia de Fima, yo vivo una vida mucho más estable, más pacífica. De manera que a veces me siento y escribo una novela, puedo escaparme de la política. Fima, en cambio, imagina todo el rato lo que haría si él fuera el primer ministro, está obsesionado.

Ustedes tienen sus propios fanáticos religiosos, y los ultraortodoxos judíos también son un problema. Hay quien dice que algunos halcones israelíes no quieren llegar a la paz con los palestinos porque, si carecieran de un enemigo exterior, podrían terminar teniendo una guerra civil entre integristas y demócratas.
Me gustaría ser justo con los halcones israelíes. Algunos pueden actuar como usted dice, pero creo que la mayoría son personas aterrorizadas que no confían en los árabes, les tienen verdadero miedo, piensan que si devolvemos los territorios ocupados, eso será el final de Israel. Y yo comprendo su miedo. No estoy de acuerdo con sus conclusiones, pero puedo entender sus temores. Por eso no odio a los halcones, entiendo que están aterrorizados. Muchas de las posiciones extremistas de este país son un producto del miedo, combinado con el trauma del holocausto y el exterminio de los judíos. De hecho, yo creo que en Israel se necesita mucho más valor para ser una paloma que para ser un halcón. Muchísimo más valor. En cuanto al integrismo religioso judío, el problema es que el fundamentalismo está creciendo en todas partes. Entre los árabes, entre los judíos, entre los cristianos? Incluso entre los ateos, porque hay manifestaciones fanáticas en la izquierda radical. Es un peligro creciente en todas partes porque la gente está ansiosa de respuestas simples. Cuanto más complicadas son las cosas, más necesidad tiene la gente de recibir respuestas simples y consoladoras.

'Una historia de amor y oscuridad' es un libro perfecto para entender de dónde viene ese miedo en los halcones. Para ver la historia de Israel desde otro lado. El hostigamiento por parte de los países árabes y la inmediata invasión del Estado de Israel a las tres horas de haberse creado. Los sufrimientos padecidos. Ustedes muriéndose de hambre en Jerusalén y comiendo hierba. Su padre, que era de origen ruso, creció viendo en los muros de las ciudades europeas la pintada "¡Judíos, iros a Palestina!". Sesenta años después regresó a Europa y las pintadas decían con idéntica ira: "¡Judíos, iros de Palestina!".
Sí, sí, ¡vio las mismas pintadas pero al revés! O sea, iros a la Luna. O desapareced. O destruiros. ¿Se da cuenta de lo importante que es leer literatura para entender a los demás? Israel, en el mundo de la CNN, es una realidad en blanco y negro y completamente simplificada. Yo, cuando quiero entender España, por ejemplo, no voy a leer en los periódicos lo que dicen sobre ese país, sino que leo a sus novelistas.

En ese libro primero habla de las familias de sus padres... Ahí hay un relato común, colectivo, de los judíos en Europa, de los diversos exilios, del Holocausto... Y luego va centrándose en su historia personal y termina con el suicidio de su madre cuando usted tenía doce años. Es como si pasara del dolor colectivo al abrasador dolor individual. Su infancia fue brutal, y no sólo por el suicidio, sino por esos dos terribles años anteriores en los que su madre permanecía día y noche sentada en una silla, a oscuras, mirando hacia la calle.

Cuando escribí Una historia de amor y oscuridad mi rabia se disipó completamente. Porque durante muchos, muchos años estaba demasiado furioso con todo el mundo como para poder hablar con nadie sobre mi tragedia familiar. No se lo había contado a nadie. Ni siquiera lo había hablado con mi mujer y mis hijos. Era un completo tabú y no dejaba que nadie tocara el tema en mi presencia. Estaba demasiado furioso. Estaba furioso con mi madre por haberse matado, con mi padre por haberla perdido, estaba furioso conmigo mismo porque pensaba que probablemente había sido un chico malo y por eso no había sabido rescatarla. Pero cuando llegué más o menos a la edad de sesenta años, sentí que ya era lo suficientemente viejo como para ser el padre de mis padres, que, en la época de la tragedia, tenían como 38 o 39 años. Y entonces por primera vez empecé a verlos como mis hijos, y empecé a entenderlos. Eran unos chicos que se metieron en un matrimonio para el que ninguno de los dos estaba preparado. Y los dos fueron bastante tontos, bastante inútiles, en cierto sentido, a la hora de vivir. De modo que empecé el libro sin ira. Lo escribí con compasión, con ironía y con curiosidad. Una curiosidad infinita. En las seiscientas páginas de libro no se dice en ningún lugar quién es el culpable, o cómo se reparten las responsabilidades... Porque eso ya no me interesaba en absoluto. Lo que me interesaba era saber cómo vivían, qué comían, cómo hablaban, en qué cosas creían, qué sentían, cómo era la casa... Sentí la necesidad de rescatar todos esos detalles del olvido.

En el libro cita con nombres y apellidos a vecinos del pueblo de su madre, Rovno, en lo que ahora es Ucrania... vecinos que murieron cuando los alemanes asesinaron a 25.000 personas en un solo día. Es conmovedor, porque sin duda usted habló con sus tías y tomó notas de los nombres de esa gente para hacerlos revivir.
Sí, absolutamente. Absolutamente. Fueron asesinados seis millones de judíos y no puedo conmemorar a todos ellos, pero si por lo menos puedo conmemorar a diez o quince, algo es algo. Por lo menos lograr que sus nombres sean recordados.

Siempre he pensado que el peso del Holocausto debe de ser asfixiante para los judíos... Todo ese pasado abrumador es muy difícil de manejar. Me hace recordar el cuento de Simbad en 'Las mil y una noches', cuando llega a una isla y se le sube un viejo a los hombros y no hay manera de librarse de él.
Sí, es exactamente así... A mí también me recuerda a Eneas llevando a su padre a hombros tras la guerra de Troya. Cuando se te muere alguien, y no estoy hablando sólo de los judíos, estoy hablando de todo el género humano, cuando alguien se te muere, un padre, un hermano, alguien cercano a tu corazón, tú recoges ese muerto y lo metes dentro de ti, lo introduces en tus entrañas y te quedas embarazado de ese muerto para siempre jamás. Todos caminamos por la vida preñados de nuestros muertos. En el caso de los judíos, lo que sucede es que estamos muy, muy embarazados, porque tenemos muchísimos muertos a las espaldas. Y, naturalmente, como estás embarazado de ellos, te llevas a tus muertos a todas partes, al baño, a la cama... Yo he intentado desarrollar una relación distinta con mis muertos. Cuando escribí Una historia de amor y oscuridad, invité a los muertos a mi casa para que se vinieran a tomar un café. Por favor, les dije, venid y sentaos, tomaros un café, quiero presentaros a mi mujer y mis hijos, no os habíais conocido antes y me encanta que ahora podáis hacerlo. Y ahora vamos a conversar un rato, vamos a hablar un poco del pasado y luego os marcharéis. No quiero que viváis en mi casa. Sois bienvenidos de cuando en cuando, pero no os quedéis aquí. Esa es mi actitud.

Otra escena muy conmovedora del libro es cuando, tras la votación de la ONU a favor de la creación del Estado de Israel en 1947, su padre se tumba junto a usted, a oscuras, en la cama, y, por primera y única vez en la vida, usted le siente llorar. Luego él le cuenta cómo había sido maltratado de pequeño por ser judío, y le dice que eso ya no le va a pasar a usted... Sin embargo, poco después usted fue acosado bárbaramente en el colegio.
Sí, pero lo que mi padre dijo es que quizá yo sufriría abusos en la escuela por ser pequeño o por lo que fuere, pero que a partir de ese momento nadie se metería conmigo por ser judío. Él tenía razón: he sido maltratado y acosado muchas veces, pero nunca por ser judío. Ése es el sentido de Israel para mí. Lo que para mí significa ser israelí es exactamente eso: que nunca seré maltratado, humillado, perseguido ni discriminado por ser un judío. Y esto es suficientemente bueno para mí.

Es curioso, porque 'Una historia de amor y oscuridad' es un libro carente de rencor, ni en lo personal ni en lo social. Salvo en el caso de los británicos. Pone usted fatal a los británicos.
Sí, es verdad. Las primeras palabras que aprendí a decir en un idioma extranjero fueron British go home, que es lo que gritábamos los niños pequeños en Jerusalén cuando arrojábamos piedras a las patrullas británicas en la Intifada original, la primera Intifada, que fue la de los judíos contra el mandato británico.

A juzgar por lo que cuenta en el libro, los británicos se comportaron de un modo canallesco.
Sí, sí. Realmente una buena parte de la tragedia en Oriente Próximo ha sido causada por la hipocresía y por los engaños de los británicos, porque esencialmente hicieron un juego doble de engaño con judíos y con árabes. Prometieron la misma tierra a las dos partes, prometieron dos veces la tierra, y después, naturalmente, intentaron fomentar el enfrentamiento entre árabes y judíos para permanecer en el poder y seguir controlando la zona.

A los quince años se marchó de su casa y se fue a vivir a un 'kibutz'. Viniendo de una familia rota, no me extraña, porque el 'kibutz' es como una gran familia. ¿O quizá lo hizo para tocar tierra y no volverse loco?
Bueno, lo cierto es que cuando tenía unos catorce años me rebelé de manera radical contra mi padre. Quería convertirme en todo lo contrario de lo que él era. Él era un intelectual, yo quería ser conductor de tractor; él era de derechas, yo de izquierdas. Él era un hombre urbano, y yo me hice un granjero. Él era muy bajito, y yo decidí convertirme en un hombre alto. Esto último no funcionó, pero yo también lo había decidido. Me fui al kibutz pensando que encontraría allí una atmósfera completamente distinta a Jerusalén. Pero al cabo de un tiempo descubrí que no era ni mucho menos algo tan opuesto. Los mismos tipos charlatanes que había conocido en Jerusalén existían también en el kibutz, aunque vistieran mono, estuvieran bronceados, y aunque hablaran no ya del líder sionista Jabotinsky, sino de Trotski. Pero discutían de política y de ideas igual que en Jerusalén. Por otra parte, y como dice, desde luego para mí el kibutz fue una familia extensa.

Usted vivió allí durante 31 años. Para mí es como irse a vivir a la antigua Esparta, o a un monasterio.
No lo sentí así. No me sentí un monje. Sentí que vivía en una comunidad pequeña que me permitía desarrollarme como escritor. De hecho, les estoy muy agradecido por haberme dejado desarrollar como escritor. Y al mismo tiempo podía estar en constante contacto con el resto de la comunidad y formar parte de ella. Disfruté trabajando en el campo, me gustaba muchísimo, de verdad. Y disfruté comiendo en el comedor comunal con los demás, y también trabajando de camarero, porque trabajé muchos años, lo menos quince, de camarero en el kibutz. Todas esas experiencias todavía las recuerdo con mucho cariño.

Daba todo el dinero que ganaba con sus libros al 'kibutz'...
Sí, daba todos mis ingresos. Cada vez que me llegaba un cheque lo endosaba y se lo entregaba al feliz tesorero. Pero si necesitaba irme una semana a un hotel al otro extremo del país y encerrarme una semana a terminar un libro, simplemente me acercaba al tesorero, le decía la suma que necesitaba y él me la daba allí mismo sin siquiera mirar en los libros y ver si yo había hecho algún ingreso recientemente o no. Era un trato basado en la mutua confianza. Naturalmente, si le hubiera dicho que necesitaba irme a Hawai para escribir me hubiera contestado que no podía pagármelo. Pero era un arreglo muy familiar y lo aprecié mucho. Además, en cualquier caso nunca estuve muy interesado en el dinero. Es algo que nunca me ha importado mucho, de manera que me sentía feliz e incluso orgulloso cuando llegaba un buen cheque y yo me convertía en una de las fuentes de ingresos de la comunidad, como la sección de pollería o la línea de lácteos.

Usted tiene tres hijos, dos chicas y un chico. ¿Y qué me dice de esa costumbre del 'kibutz' de que los niños no vivan con sus padres sino en una casa aparte?
Eso suena bastante extremado. Muy espartano, o de la revolución cultural china. Mi mujer y yo llevábamos a los niños a la Casa de los Niños a las ocho y media de la tarde. Les acostábamos, les cantábamos una canción o les contábamos un cuento y nos despedíamos. Y ellos permanecían allí toda la noche, vigilados por las guardianas nocturnas. Luego, por la mañana, estaban con los otros niños, iban a la escuela y más tarde, a las cuatro de la tarde, todos los días, venían a casa con nosotros y permanecían allí hasta que los llevábamos de nuevo a la Casa de los Niños. Pero esas horas, desde las cuatro hasta las nueve, eran puramente familiares, totalmente para los niños. Sin llamadas de teléfono, sin reuniones de trabajo, sin horas extras en la oficina. Y esto es más de lo que la mayoría de los padres del mundo moderno dedican a sus hijos, cinco sólidas horas cada día. De manera que, en conjunto, pienso que no era un mal arreglo. Yo no estaba enteramente feliz con lo de llevar a mis hijos a la Casa de los Niños, nunca me gustó esa medida. Pero la acepté y no fue un desastre.

Abandonaron el 'kibutz' porque su hijo pequeño tenía asma y tuvieron que trasladarse a un lugar más seco.
Esa fue la única razón por la que lo dejamos; si no hubiera sido por eso, aún estaría allí.

Pero su hijo se curó, creció y se marchó, y no regresaron.
Es que después de pasar todos esos años fuera y acostumbrarnos a cierto grado de privacidad se nos hizo difícil volver. Además el kibutz mismo está atravesando por una grave crisis. Están pasando por muchas reformas y cambios, y muchas de las personas que yo conocía o se han marchado o se han muerto. El lugar ya no es el mismo. No sería volver a aquello que dejamos.

Y dígame, en los primeros momentos, tras irse del 'kibutz', ¿no se sintió muy solo?

Fue muy difícil, muy difícil, porque yo estaba acostumbrado a levantarme por la mañana e ir al comedor y tomarme un café con un grupo de cinco o seis amigos y discutir el periódico. Esa era parte de mi experiencia vital, leer y discutir el periódico cada día con un grupo de amigos, en una especie de pequeño parlamento... Y de repente tuve que leer el periódico solo cada mañana... Echaba de menos poder hablar y discutir con gente.

A los quince años, cuando entró en la comunidad, también se cambió de nombre legalmente. Abandonó el apellido paterno, Klausner, y se puso Oz, que significa 'coraje'. ¿Cómo ve ahora ese paso tan radical?
Cuando lo hice yo quería comenzar una nueva vida, y lo logré. Y el nombre simbolizaba esa nueva vida. Yo he pagado el tributo que le debía a mi padre al describirle en Una historia de amor y oscuridad. Al hablar de él con una sonrisa en los labios. No con ira, no con odio, sino con empatía.

Más que eso. Ese libro es una carta de amor a su padre. No a su madre, sino a su padre.
Sí, lo es, lo es. Acepto lo que usted dice.

Y terminó usted siendo todo lo que su padre quería ser. Como Fima, su personaje, que termina poniéndose el abrigo del padre muerto.
Sí, en efecto... Mire, esa mesa de despacho en la que escribo es la mesa de mi padre... La heredé de él. A él le dio tiempo de leer mis tres primeros libros y estaba orgulloso de mi escritura, no siempre estaba de acuerdo con lo que escribía y desde luego estaba en total desacuerdo con mis ideas políticas, teníamos furiosas discusiones al respecto. Pero creo que en los últimos años de su vida conseguimos acercarnos un poco.

Hablando de desacuerdos políticos, usted es muy conocido y muy polémico. ¿Ha recibido insultos por la calle?
Hubo unos tiempos muy malos en los que mis hijos eran llamados en la escuela los hijos del traidor. Eso fue muy duro y muy difícil. Y hubo tiempos en los que los taxistas discutían conmigo sobre mis ideas políticas. Ahora mucho menos, mucho menos. Porque ahora la idea de los dos estados y de la necesidad de llegar a un acuerdo ha calado mayoritariamente en la sociedad y ha sido aceptada por la mayoría, incluso por muchos halcones. Pero hubo tiempos en los que me sentí muy aislado y muy odiado. Nunca he sido agredido físicamente, pero recibí muchas cartas amenazantes: "Vamos a matarte", "vas a morir", "ya estás muerto"... Cosas así.

Vive en Arad, una pequeña ciudad en el desierto del Néguev, junto al mar Muerto. Su casa, un modesto chalet adosado de dos plantas, es la construcción de apariencia más pobre de toda la calle. Y no sólo la más pobre: también es la más austera. A todo le falta una mano de pintura, y el minúsculo jardín delantero está limpio, pero tan solo cuenta con un par de rústicos y feos matojos, como si poner una planta de primor fuera algo frívolo. El despacho de Oz está en un semisótano (como el hogar de su infancia, curiosamente), aunque con grandes ventanas y buena luz. Muebles viejos e infinidad de libros recubriendo las paredes. Libros también viejos, usados, manoseados, con las cubiertas desgarradas y sucias. ¿Cómo habrá conseguido envejecer todos sus libros de esa manera? ¿Los habrá comprado de segunda mano? ¿Habrán sido compartidos con los 400 compañeros del kibutz? No hay adornos, ni descanso en la omnipresente frugalidad. Es la casa de un pionero, de uno de esos guerreros de la vida que desdeñan o ignoran lo material: hubo muchos así en la formación del Estado de Israel, pero hoy son criaturas en extinción. Ahora bien, no hay que confundir el estoicismo de Oz con la solemnidad puritana: posee un sentido del humor desternillante. Incluso Una historia de amor y oscuridad, pese a narrar cosas terribles, resulta a menudo divertidísima. Tal vez porque Amos Oz ha conocido muchas veces el dolor y lo ha vencido. De este hombre pequeño emana una sensación de fuerza extraordinaria. Sólido y sereno, es uno de esos raros individuos que parecen haber sido capaces de saldar todas sus cuentas y de firmar la paz con sus demonios.

Tiene usted 68 años, pero a juzgar por su biografía podría tener doscientos. En primer lugar, es más viejo que el Estado en el que vive... Ha combatido como soldado en dos guerras, la del 67 y la del 73... Y ha vivido muchas guerras más...
Sí... he vivido la guerra del 48, la del 56, la del 67, la del 73, la del Líbano, y quizá habría que contar también la del Golfo, la Intifada, no sé cómo enumerarlas, demasiadas guerras. Todavía sufro pesadillas relacionadas con la guerra, y eso que ya han pasado 35 años desde la última en la que participé.

Hace cuatro meses sacó usted una nueva novela, 'Rimando vida y muerte', que todavía no está traducida y no he podido leer. Pero por el título veo que sigue escribiendo sobre el carácter paradójico de la vida, tan llena al mismo tiempo de luz y oscuridad... Hablando de luz: recuerdo una noticia de algo que sucedió en Pakistán. Un terrorista islámico dejó un coche bomba delante de una librería en la que se iba a poner a la venta el último libro de Harry Potter. Pero cuando el terrorista vio a cientos de niños en la cola, no fue capaz de hacerlo y avisó a la policía. Es una historia estupenda y un personaje perfecto para una novela. [Abriendo los ojos con expresión de golosa delicia, como un gato que contempla una sardina].
Sí, es increíble, es un personaje para una novela, absolutamente... Muchas gracias por contármelo, es una historia muy buena, maravillosa.

Ni siquiera todo el entrenamiento fanático que sin duda había recibido le hizo poder contemplar a cientos de niños como mera escoria enemiga. Eso es luz.
Sí, en efecto. En el momento en el que el supuesto enemigo se convierte en algo concreto y se puede visualizar, algunas personas se recuperan del fanatismo. Un amigo mío, el novelista israelí Shami Mijail, me contó hace muchos años algo que le sucedió en un taxi. Él iba de Haifa a Berseva, es un viaje muy largo. Y en un momento del viaje el taxista se puso a darle un mitin. Y dijo: "Tenemos que matar a todos los árabes". Entonces Shami, en lugar de gritarle que era una vergüenza sostener algo así, le preguntó al taxista: "Vale, pero ¿quién debe matar a los árabes?". El hombre contestó: "Nosotros". Y Shami: "Sí, pero sea más específico, por favor: ¿el ejército, la policía, los bomberos, los médicos? ¿Quiénes deben matar a los árabes?". El taxista pensó un rato y dijo: "Cada uno de nosotros debe matar algunos". "Bueno, vale, entonces usted, que vive en Haifa, se va a un edificio de apartamentos, llama al timbre de cada apartamento, perdone, señor, perdone, señora, ¿es usted árabe? Sí. Pum, pum, les mata. Y así usted mata a todos y cuando termina se va para su casa. Pero cuando está abandonando el edificio, escucha llorar a un niño pequeño en uno de los pisos superiores. Dígame, ¿dejaría al niño con vida? ¿Regresaría para matar al niño, o no?". Entonces hubo un largo silencio por parte del taxista. Y luego el tipo le dijo a Shami: "Es usted un hombre muy cruel". ¿Se da cuenta? Se le hizo muy difícil. Demasiado

El País Semanal


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Saturday, October 27, 2007

Jerusalem in snow - Guy Olami

Zefat - Michael Smolenski

Tradición - Eduard Gurevich


Jerusalem, elegy


Kabbala


The Rebbe Lubavitcher


Limud, Study


The rova

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La mujer de la ventana - Amos Oz

(Discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Letras)


Si adquieres un billete y viajas a otro país, es posible que veas las montañas, los palacios y las plazas, los museos, los paisajes y los enclaves históricos. Si te sonríe la fortuna, quizá tengas la oportunidad de conversar con algunos habitantes del lugar. Luego volverás a casa cargado con un montón de fotografías y de postales.
Pero, si lees una novela, adquieres una entrada a los pasadizos más secretos de otro país y de otro pueblo. La lectura de una novela es una invitación a visitar las casas de otras personas y a conocer sus estancias más íntimas.

Si no eres más que un turista, quizá tengas ocasión de detenerte en una calle, observar una vieja casa del barrio antiguo de la ciudad y ver a una mujer asomada a la ventana. Luego te darás la vuelta y seguirás tu camino.

Pero como lector no sólo observas a la mujer que mira por la ventana, sino que estás con ella, dentro de su habitación, e incluso dentro de su cabeza.

Cuando lees una novela de otro país, se te invita a pasar al salón de otras personas, al cuarto de los niños, al despacho, e incluso al dormitorio. Se te invita a entrar en sus penas secretas, en sus alegrías familiares, en sus sueños.

Y por eso creo en la literatura como puente entre los pueblos. Creo que la curiosidad tiene, de hecho, una dimensión moral. Creo que la capacidad de imaginar al prójimo es un modo de inmunizarse contra el fanatismo. La capacidad de imaginar al prójimo no sólo te convierte en un hombre de negocios más exitoso y en un mejor amante, sino también en una persona más humana.

Parte de la tragedia árabe-judía es la incapacidad de muchos de nosotros, judíos y árabes, de imaginarnos unos a otros. De imaginar realmente los amores, los miedos terribles, la ira, los instintos. Demasiada hostilidad impera entre nosotros y demasiada poca curiosidad.

Los judíos y los árabes tienen algo en común: ambos han sufrido en el pasado bajo la pesada y violenta mano de Europa. Los árabes han sido víctimas del imperialismo, del colonialismo, de la explotación y la humillación. Los judíos han sido víctimas de persecuciones, discriminación, expulsión y, al final, el asesinato de un tercio del pueblo judío.

Cabría suponer que dos víctimas, y sobre todo dos víctimas de un mismo perseguidor, desarrollarían cierta solidaridad entre ellas. Desgraciadamente las cosas no son así, ni en las novelas ni en la vida real. Por el contrario, algunos de los conflictos más terribles son aquellos que se producen entre dos víctimas de un mismo perseguidor. Los dos hijos de un progenitor violento no tienen por qué amarse necesariamente. Con frecuencia ven reflejada el uno en el otro la imagen del cruel progenitor.

Exactamente así es la situación entre judíos y árabes en Oriente Medio: mientras los árabes ven en los israelíes a los nuevos cruzados, la nueva reencarnación de la Europa colonialista, muchos israelíes ven en los árabes la nueva personificación de nuestros perseguidores del pasado: los responsables de los pogromos y los nazis.
Esta realidad impone a Europa una especial responsabilidad en la solución del conflicto árabe-israelí: en lugar de alzar un dedo acusador hacia una u otra de las partes, los europeos deberían mostrar afecto y comprensión y prestar ayuda a ambas partes. Ustedes no tienen por qué seguir eligiendo entre ser pro-israelíes o pro-palestinos. Deben estar a favor de la paz.

La mujer de la ventana puede ser una mujer palestina de Nablus y puede ser una mujer israelí de Tel Aviv. Si desean ayudar a que haya paz entre las dos mujeres de las dos ventanas, les conviene leer más acerca de ellas. Lean novelas, queridos amigos, aprenderán mucho.

Las cosas irían mejor si también cada una de esas dos mujeres leyese acerca de la otra, para saber, al menos, qué hace que la mujer de la otra ventana tenga miedo o esté furiosa, y qué le infunde esperanza.

No he venido esta tarde a decirles que leer libros vaya a cambiar el mundo. Lo que he sugerido es que creo que leer libros es uno de los mejores modos de comprender que, en definitiva, todas las mujeres de todas las ventanas necesitan urgentemente la paz.
Quiero agradecer a los miembros del jurado del premio Príncipe de Asturias que me hayan otorgado este maravilloso premio. Muchas gracias y mis mejores deseos a todos ustedes. Shalom u-brajá.

(Publicado en el ABC)

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Agua y geometría - Michael Levin













Enfocarte (Michael Levin): "Nací en Winnipeg, Canada, rodeado de tierra y bajo un vasto cielo. No fue hasta que me mude a Vancouver que me involucré con el potencial de la fotografía de paisajes. Quizás fue la necesidad de entender mejor mi nuevo entorno -agua, agua por todos lados- lo que provocó un profundo interés en el modo en que un paisaje puede plasmarse en una realidad fotográfica. Cualquiera fuese la razón, mi creatividad eclosionó cuando comencé a explorar los muchos tesoros escondidos de la costa del norte del Pacífico. Desde entonces, empecé a buscar ángulos amplios, y concentrar la curiosidad en elementos que son evidentes al tiempo que esquivos, como la claridad y la transformación del agua".

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