Saturday, September 30, 2017

Mientras los judíos americanos se preocupan por la Alt-Right, los que odian y quieren expulsar a los judíos se agrupan en el partido Laborista británico





Activistas laboristas en la conferencia del partido Laborista del Reino Unido comparan a Israel con la Alemania nazi - Erez Frisch - Israel Hayom

La conferencia anual del 2017 del Partido Laborista del Reino Unido estuvo marcada el martes por los virulentos comentarios antisemitas en un acto paralelo titulado "Discurso libre sobre Israel". El Laborismo, el mayor partido de la oposición de izquierdas del parlamento británico, está dirigido por el diputado Jeremy Corbyn, conocido por su postura pro-palestina y por su admiración por los grupos terroristas Hezbollah y Hamas.

El activista anti-Israel Miko Peled afirmó en el mencionado acto que se debe permitir que la gente exprese su escepticismo sobre el Holocausto, diciendo que es una cuestión de libertad de expresión y de libertad para expresar críticas, y "discutir cada tema, si hubo Holocausto sí o no , y sobre la liberación de Palestina, todo el abanico de temas".

Según informes de los medios de comunicación británicos, Peled, él mismo un estadounidense e israelí, comparó a Israel con los nazis y dijo: "No invitamos a los nazis a dar una charla de una hora para explicar por qué están en lo cierto. No invitamos a Sudáfrica a explicar por qué el apartheid era bueno para los negros. De la misma manera no se debe invitar a los sionistas".

Los activistas que estuvieron en el acto en el que Peled habló dijeron que se les había pedido que no filmaran ni grabaran su discurso.

Otros informes del acto comentaron que otros oradores también habían hecho declaraciones condenando a Israel y afirmando que Israel había cometido genocidio, y algunos incluso se negaron a pronunciar el nombre del país, refiriéndose a él como el "estado sionista".

También se informó que Tony Greenstein, un miembro del Partido Laborista que fue suspendido por comentarios antisemitas como "escoria sionista", fue muy aplaudido.

Otra propuesta que recibió la aprobación de la audiencia fue la de Michael Kalmanovitz, miembro de la Red Judía Antisionista Internacional, quien dijo que el Movimiento Laborista Judío y los Amigos Laboristas de Israel deberían ser expulsados ​​del partido.

Sin embargo, Jeremy Newark, presidente del Movimiento Laborista Judío, afirmó que el líder del partido, Corbyn, debería sentirse avergonzado porque la conferencia había sido concebida como una oportunidad para celebrar su éxito en las recientes elecciones, pero fue ensombrecida por unos "titulares escalofriantes".

Los acontecimientos de la conferencia del martes enojaron a muchos activistas laboristas, incluyendo algunos partidarios laboristas judíos. El diputado líder del Partido Laborista, Tom Watson, prometió que el partido investigaría los incidentes.

La miembro de la Knesset, Stav Shaffir (Unión Sionista), que asistió a la conferencia como invitada especial de organizaciones judías, dijo el martes que "nunca cederemos y permaneceremos en silencio frente a las expresiones de antisemitismo y odio. Los representantes israelíes o judíos no deben permanecer en silencio frente a movimientos populistas como éstos, en cualquier lugar".

PD. Se ha de recordar que esta misma Stav Shaffir participó hace un año o dos en un panel de J Street donde uno de los fundadores de la organización afirmó que los judíos israelíes debían volver al estado de dhimmis en una deseable y futuro Gran Palestina árabe. Es decir, debían permanecer como una minoría y depender de la benevolencia y el control árabe.

Por aquel entonces Shaffir permaneció muda


Burlas, desprecio y calumnias por parte de los habituales matones judíos antisionistas y anti-Israel -  Mark Gardner - Times of Israel

¿Qué es lo que le ocurre al partido Laborista con el antisemitismo que fluye a su alrededor? Un paso adelante, un paso hacia atrás, un pulgar hacia arriba, un dedo pegado en la cara.

Casi el 97% de los delegados de la Conferencia del Partido Laborista votaron por el cambio de reglas que prohíben el racismo. Este cambio de reglas fue incansablemente promovido por el Movimiento Laborista Judío y respaldado por Jeremy Corbyn y por sus partidarios izquierdistas de Momentum.

Suena bien, ¿no creen? A menos que ustedes estuvieran sentados en la Sala de Conferencias y oyeran los fuertes aplausos para aquellos que comparaban a Israel y a los sionistas con Sudáfrica y el apartheid. O si usted percibía cuán hoscos y rencorosos eran muchos de los votos de la resolución contra el antisemitismo.

Mientras tanto, la Voz Judía por el Laborismo (la versión británica de la americana Voz Judía por la Paz)  se aferró a su trabajo de asegurarles a los fieles de Corbyn que cualquier persona que se queje de antisemitismo es un mentiroso, un agente voluntario del Daily Mail o un enviado de Benjamin Netanyahu, y pueden rellenar todos los puntos en medio.

Esta calumnia además buscaba equiparar al Movimiento Laborista Judío, que ha hecho todo lo posible por legitimar los votos de la elección para un gobierno laborista conducido por Corbyn. Pero como cualquiera puede adivinar, su objetivo es destruir a su enemigo en lugar de derrotar su argumento.

De vuelta a la Conferencia, Len McCluskey, el mayor dirigente sindical detrás de Corbyn, tomó el libro de justificaciones de Ken Livingstone (muy conocidas sus declaraciones antisemitas, por las cuales ha sido sancionado) declarando que nunca ha visto antisemitismo en el Laborismo. También dio todo su apoyo a la inefable Voz Judía por el Laborismo: uno de cuyos líderes, Mike Cushman, ha dicho que el Laborismo "se ha convertido en un peón de las organizaciones sionistas", un lenguaje conspiratorio agradable para estos chicos.

Mientras tanto, Miko Peled, un judío americano israelí que al parecer odia al sionismo, afirmó en otra reunión de la Conferencia donde actuaban los habituales y envejecidos judíos antisionistas, que "todos los temas" deben ser discutidos, incluyendo "el (si hubo) Holocausto: sí o no". Nadie se quejó. En la misma reunión, un miembro de la audiencia afirmó muy expresivamente que el Movimiento Laborista Judío y los Amigos Laboristas de Israel deberían ser expulsados ​​del Laborismo. Con una chutzpah ilimitado, el lema de este grupo antisionista judío es "Libre discurso sobre Israel". Se superpone realmente a las afirmaciones de la Voz Judía por el Laborismo, pero es un poco más desagradable en el estilo.

Simultáneamente, otro judío antisionista británico-israelí, Moshe Machover, también puso su granito de arena: esta vez se trataba de un botín nazi perteneciente a Reinhard Heydrich, uno de los arquitectos principales de la Solución Final. Machover escribió un artículo especial "Antisionismo no es igual a Antisemitismo" para que los marxistas del partido Laborista lo distribuyeran en la Conferencia, y en él citaba a Heydrich realizando "una mención amistosa del sionismo". Y esto, a pesar de la famosa cita nazi que comienza con las palabras "El nacionalsocialismo no tiene ninguna intención de atacar al pueblo judío de ninguna manera". Esta es la profundidad que alcanzan algunos antisionistas judíos, y sólo para calumniar y demostrar su desprecio por sus correligionarios sionistas.

En todos los casos anteriores, y una vez más, los principales protagonistas fueron los habituales antisionistas judíos arrastrando al partido Laborista a un mayor descrédito dentro de la corriente principal de la comunidad judía. Una vez más, los judíos antisionistas ayudaron a proporcionar la munición para que el Daily Mail disparara contra su gran líder. El Laborismo sí tiene un grave problema con los judíos: pero no es (solamente) el que piensa

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Un asesinato de 2.000 años de edad lleva a un entierro ilícito en el corazón de Cisjordania - Amanda Borschel-Dan - Times of Israel



Fue un entierro secreto e ilegal, planeado y llevado a cabo por un activista del Monte del Templo Judío que hace décadas estuvo en la cárcel por planear hacer explotar la Cúpula de la Roca. Pero la historia de las siete mujeres y el joven que fueron enterrados en el asentamiento judío de Ofra el 6 de febrero de 2017 es aún más dramática.

En el curso de una excavación arqueológica en un complejo de cuevas en el sitio de Khirbet el-Maqatir en 2013, un desorden de huesos de estos ocho individuos fueron descubiertos entre las puntas de flecha y clavos romanos de las botas de los soldados, junto con los hallazgos cerámicos y numismáticos para el Segundo Período del Templo.

"No tengo ninguna duda de que estas personas perecieron en el año 69 d.C. a manos de los romanos", dice el arqueólogo Scott Stripling, quien co-dirigió la excavación de 20 años en nombre de un consorcio estadounidense llamado Associates for Biblical Research. El equipo de arqueólogos se dispuso a demostrar que Khirbet el-Maqatir, a unos 15 kilómetros al norte de Jerusalén, era la ubicación de la ciudad bíblica Ai mencionada en el libro de Josué, así como el posible sitio de Efraín escrito en el Libro del Nuevo Testamento de Juan.

Este fue ya un gran año para el equipo. Entre otros hallazgos en 2013 de una franja de períodos de asentamientos israelitas y amorreos, incluyendo un raro escarabajo egipcio de la dinastía XVIII (1485-1418 a.C.), la excavación descubrió un complejo de tres cuevas, y ocho cuerpos que aparentemente habían sido asesinados.

Una contenía una prensa de aceite de oliva, flanqueada por dos baños rituales, donde se encontraron cinco de los esqueletos, otra contenía aceite escurrido y en la tercera, que parecía ser un escondite secreto, fueron descubiertos los otros tres esqueletos.

La excavación había descubierto previamente una tumba típica del período del Segundo Templo, con siete kokim, unos agujeros cortados o excavados en la cámara del sepulcro que tienen espacio para un cadáver y nada más, de acuerdo con las costumbres de entierro judías en el área de Jerusalén desde 20 a.C. hasta la destrucción del Templo en 70 d.C.

Stripling comentó que fue el hallazgo posterior lo que le conmovió

"Los restos humanos en la tumba no me afectaron emocionalmente, sin embargo los huesos de estas víctimas de asesinato me afectaron", dijo Stripling. "Pensé mucho en el terror que debe haber llenado los últimos momentos de sus vidas. Parecía providencial que, casi 2.000 años después, fuera yo quien finalmente contara su historia".

La antropóloga del equipo de Stripling, Marina Faerman de la Universidad Hebrea, realizó el estudio científico de los huesos, que resultaron ser de siete mujeres de 17-25 años y de un adolescente varón.

"Hemos sido capaces de determinar el sexo, la edad y la salud de los individuos", nos dice Stripling, utilizando el C-14 en las pruebas realizadas por Elisabetta Boaretto en el Instituto Weizmann.

También comentó que la datación coincidía con los hallazgos de cerámica, monedas y otros metales encontrados en la cueva, situando la fecha de los asesinatos en el 69 d.C. Una de las monedas encontradas allí era un shekel que fue acuñado en el tercer año de la gran rebelión contra los romanos en el 69 d.C.

Unos cientos de años y un metro de cenizas más tarde, "la cueva fue reutilizada en la Segunda Revuelta, y la gente en ese momento no sabía que había restos humanos bajo sus pies", comenta Stripling.

Es posible que los hombres del anónimo asentamiento judío  de la zona fueran a pelear mientras las mujeres y el niño se escondían en las cuevas. La evidencia de la brutalidad romana es clara para Stripling.

Puntas de las flechas se encontraron en el misma matriz que los esqueletos. "Debe observarse que los esqueletos se desarticularon. Tal vez los animales salvajes los destrozaron antes de que la caída de restos y los escombros los dañaran aún más", nos comenta.

Stripling dijo que había planeado volver a enterrar los huesos en el sitio. Pero entonces algunos viejos amigos del cercano asentamiento de Ofra entraron con una propuesta para darles un entierro apropiado.

"Estas personas fueron testigos oculares del Segundo Templo, y me dio una gran alegría saber que finalmente podrían descansar correctamente", nos dijo Stripling esta semana.

Pero correcto, sin embargo, puede no ser exactamente la palabra para describir su entierro ilegal en Ofra en febrero.

La operación funeraria secreta

Los investigadores de Khirbet el-Maqatir, aunque profesionales científicamente, toman la Biblia como una especie de libro de texto para el diseño de la histórica Tierra de Israel, una posición que los coloca fuera de la corriente principal de la arqueología israelí.

Como Stripling, que ahora está excavando en el sitio de Cisjordania de Shiloh, le dijo al The Times de Israel este verano, "Hay algunos que dicen que la Biblia no es confiable. Hemos encontrado que es muy confiable... Estamos tomando la Biblia como un documento histórico serio".

Esta actitud movió al residente de Ofra Yaakov Erlich, un topógrafo, a ofrecerse voluntariamente a Stripling y al equipo de ABR por muchos años.

En un artículo en hebreo en el Yedioth Aharanoth escrito por su nuera, Erlich contó que cuando sostuvo los cartones de huesos en sus manos por vez primera, las lágrimas saltaron a sus ojos y recitó espontáneamente la tradicional oración por los dolientes.

"Había un sentimiento de participar en un momento histórico de gran significado", dijo Erlich.

Después de ello, Erlich se ofreció a enterrar los restos en Ofra. Stripling aceptó, y Erlich contactó con un miembro de la sociedad funeraria del asentamiento, Yehuda Etzion.

Como miembro de un grupo clandestino judío, Yehuda Etzion había sido arrestado y encarcelado en 1984 por un complot que tenía como objeto hacer explotar la Cúpula de la Roca. Desde su liberación, ha sido uno de los principales activistas por el derecho a la oración judía en el Monte del Templo, y también organiza reconstrucciones anuales del sacrificio de la Pascua sacerdotal cerca de la Ciudad Vieja de Jerusalén.

Movido por los restos y su brutal matanza hace 2.000 años, Etzion pensó organizar una gran ceremonia en Ofra, con miembros del Knesset y otros personas, y enterrar los huesos junto a un monumento para los soldados de una unidad de élite del IDF que cayó cerca de Ofra en 2003.

"Pensé que era adecuado darles, como víctimas de la Gran Revuelta, un gran signo de respeto", le dijo Etzion a Yedioth.

Según los restos de la legislación jordana que siguen vigentes en Cisjordania, estos restos arqueológicos deberían ser entregados a Hananya Hizmi, el coordinador de arqueología de la unidad del Ministerio de Defensa que se ocupa de las actividades civiles de Cisjordania bajo los auspicios del coordinador para actividades gubernamentales en los territorios (COGAT).

Hubo un prolongado tira y afloja entre Etzion y el equipo de Hizmi, que exigió que los huesos le fueran entregados, como dice la ley. Eztion, sin embargo, convencido de que los huesos no recibirían un entierro adecuado, no estaba dispuesto a renunciar a ellos.

Tal vez influenciado por la inminente evacuación y destrucción de nueve hogares de Ofra (que se descubrió que se habían construido en tierras palestinas) y los miles de manifestantes en el asentamiento, Etzion decidió tomar el asunto en sus propias manos.

El 6 de febrero de 2017 llamó a colegas de la sociedad judía y varios residentes de Ofra y realizaron una pequeña ceremonia en la cual enterraron los huesos en una tumba colectiva. Luego la sellaron con una gruesa capa de cemento para disuadir al equipo de Hizmi.

Hizmi le dijo al Yedioth que aunque él es "un arqueólogo, no un idealista", los huesos habrían recibido un entierro apropiado.

También comentó que la excavación en Khirbet el-Maqatir y una excavación similar en la cercana Beit El, en la cual se descubrieron una capa de ceniza clara, cabezas de flecha romana y monedas del 69 d.C., "arrojó luz" sobre la destrucción de los asentamientos judíos al norte de Jerusalén durante la Gran Revuelta.

"Hoy en día, la imagen es cada vez más nítida que estos dos asentamientos fueron arrasados ​​durante la Gran Revuelta en el 69 d.C.", dijo Hizmi.

En una declaración a The Times de Israel realizada esta semana a través del portavoz de COGAT, Hizmi afirmaba ​​que "Los huesos encontrados en Khirbet al-Maktir fueron enterrados en Ofra sin el conocimiento y el consentimiento de la Administración Civil. Hacemos hincapié en que si los huesos no hubieran sido enterrados en Ofra y hubieran llegado a la Administración Civil tal como exigimos, habrían sido enterrados en una tumba de Israel con el respeto que merecen".

Este Tisha B'av, unos 200 residentes de Ofra asistieron a la ceremonia para inaugurar la "Tumba de las Hermanas". La fiesta, que conmemora la destrucción de los Templos, parecía un momento adecuado para desvelar un gran monumento hecho de piedra naranja, sobre el cual se imprimió una reproducción de un siclo del tercer año de la Revuelta Judía, una de las monedas encontradas en el sitio arqueológico.

Una señal en hebreo e inglés marca claramente la ubicación y cuenta la historia de las víctimas.

"Era nuestra obligación con nuestras madres de hace 2.000 años", comenta Etzion sin arrepentimiento.

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La serie de TV rusa que afirma que el judío Trotsky planeó la sangrienta revolución de 1917 - Julie Masis - Times of Israel


Trotsky retratado como un carnicero

Cien años después de la revolución rusa, los rusos parecen afirmar que un judío estaba detrás de ella, al menos según un nuevo drama televisivo.

Una serie de ocho episodios titulada "Trotsky" sostiene que fue el revolucionario judío León Trotsky - y no Vladimir Lenin - quien dirigió la revolución que llevó a los comunistas al poder. La película culpa también a Trotsky por la ejecución de la familia real rusa.

Este drama televisado será proyectado en la televisión rusa a principios de noviembre, a tiempo para el 100 aniversario de la Revolución Rusa.

"Puedes decir que Trotsky escribió la música, y Lenin la cantó. Trotsky hizo que la revolución ocurriera y Lenin sólo la dirigió", afirma Alexander Kott, el co-director judío de la serie de televisión.

"Espero que la opinión pública sobre Trotsky cambie cuando la película salga porque nadie se acuerda de él. Todo el mundo conoce a Lenin, pero todo el mundo se ha olvidado de Trotsky", comenta Kott.

Kott dijo que hay documentos que prueban que Trotsky era más influyente que Lenin.

"Firmó todas las órdenes", dice Kott. "Yo también aprendí mucho. No sabía que Trotsky estaba al cargo [antes de trabajar en esta serie]".

La idea para la serie de televisión vino de Konstantin Ernst, el jefe de Canal 1, la red de TV más popular de Rusia.

"Aunque Trotsky fue el cerebro de la revolución, no pudo servir como su rostro público debido a sus antecedentes judíos", comenta Kott. "La gente no habría seguido a un líder judío... Para los obreros de las fábricas, era un extraño. Así que él lo hizo todo y luego se apartó".

La serie de televisión presenta a Trotsky como un hombre despiadado que fue responsable de la ejecución del zar ruso, según Kott.

"Trotsky luchó para restablecer la pena de muerte después de que fue abolida por el gobierno provisional de Rusia, lo que permitió a los bolcheviques fusilar a toda la familia del zar, incluidos sus hijos", nos asegura Kott.

"Fue un caníbal y un tirano, estaba hasta los codos de sangre. Bajo sus órdenes, aldeas enteras fueron incendiadas", concluye Kott.

¿Una producción antisemita?

Pero la mayoría de los historiadores no aceptan la nueva teoría de que fue Trotsky quien ideó la revolución rusa.

"Esto es absurdo. No encaja con ningún hecho histórico. Estoy totalmente en desacuerdo", dice Gennady Estraikh, un profesor de la Universidad de Nueva York especializado en la historia judía en Rusia. "Huele a antisemitismo, es la acusación de que los judíos fueron los responsables de la revolución en lugar de los rusos. Es muy extraño", concluye.

Joshua Rubenstein es un Asociado del Centro Davis para Estudios Rusos y Eurasiáticos de la Universidad de Harvard, quien escribió un libro sobre Trotsky. También dice que no hay duda de que el líder de los bolcheviques fue Lenin.

"Trotsky sólo se unió al partido bolchevique un mes antes de la revolución, mientras que Lenin fue el líder de los bolcheviques en todo momento", señala Rubenstein. "El hecho de que Trotsky se uniera tarde a los bolcheviques es algo que Stalin utilizó en su contra durante la lucha por el poder que siguió a la muerte de Lenin", agregó.

"Estoy intrigado por la idea de que los productores hayan puesto a Trotsky en el centro de la narración y no a Lenin. Me pregunto cuál es su intención al poner una figura explícitamente judía como Trotsky en el centro de la historia", dijo Rubenstein.

Rubenstein también dijo que Trotsky no fue responsable de la ejecución del Zar. "Si están diciendo que Trotsky estuvo detrás de la ejecución del zar, eso simplemente no es cierto. Lenin y Sverdlov ejecutaron al zar. Si dicen que fue Trotsky, entonces realmente cuestiono sus motivos porque este es un punto muy sensible. Como líder del Ejército Rojo, Trotsy estaba en el frente y muy probablemente ni siquiera estaba en Moscú cuando se tomó la decisión de ejecutar a la familia del zar", asegura Rubenstein.

"Trotsky siempre quiso llevar al zar a juicio y actuar como fiscal", dice Rubenstein. "El zar es una figura honrada por la Iglesia Ortodoxa Rusa, y decir que un judío estuvo detrás de su ejecución es una acusación muy incendiaria".

Aunque Trotsky tenía sangre en las manos como los otros revolucionarios, también salvó a miles de judíos de los pogroms durante la guerra civil rusa cuando era el líder del Ejército Rojo, comenta Rubenstein.

"Creemos que unos 150.000 judíos fueron asesinados y fue el Ejército Rojo quien lo detuvo", afirma Rubenstein. "Trotsky se oponía totalmente a cualquier ataque físico contra los judíos".

Si la serie televisiva rusa sobre Trotsky es intencionalmente antisemita, o si está tratando de atraer más interés del público presentando un nuevo ángulo sobre un famoso evento histórico, es algo que queda por ver. La productora de Sreda que hizo la serie no nos permitió el acceso antes del estreno.

El director del drama dijo que no cree que su película sea antisemita. De hecho, Kott dijo que sería feliz si la serie tambien se emitiera en la televisión israelí. "No me preocupa una reacción antisemita en Rusia. Traté de ser objetivo. En Rusia, ya no hay antisemitismo. La mitad de los judíos emigraron y el antisemitismo que existía en la época soviética ya no existe en absoluto en la actualidad", termina Kott.

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Yom Kippur en la liberal Europa: Por vez primera, Dinamarca despliega tropas para proteger a la sinagoga y a la embajada israelí


El uso sin precedentes de soldados en la capital desde la Segunda Guerra Mundial sigue a los ataques mortales del 2015 y a un nivel "grave" de amenaza terrorista nacional

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Estos tres líderes están reformando la escena política de Israel - Mazal Mualem - Al Monitor



Un retrato del Estado de Israel a finales de septiembre de 2017, y en vísperas del Año Nuevo Judío (5778), contaría con tres figuras claves que dominan y modelan el sistema político del país. Y es probable que sigan moldeando la política israelí en el próximo año.

La primera figura es el primer ministro Benjamin Netanyahu. Ha logrado mantener el poder político a pesar de las investigaciones criminales a las que se enfrenta. Establece el orden del día y determinará en última instancia cuándo se celebrarán las próximas elecciones.

El segundo es Avi Gabbay, el presidente del Partido Laborista y la gran sorpresa política de este año. En menos de un año, ha logrado tomar el control del partido derrotando a fuerzas poderosas profundamente arraigadas dentro de la política israelí. También ha provocado que el Partido Laborista se dispare en las encuestas, de 12 a 20 escaños.

La tercera es la Ministra de Justicia Ayelet Shaked, la figura Nº 2 de la coalición HaBayit HaYehudi y la mujer más poderosa e influyente de la derecha. Aunque sólo tiene 40 años, ya ha logrado desafiar y transformar la Corte Suprema, la institución más poderosa de Israel.

Hasta que las investigaciones criminales relacionadas con Netanyahu fueron publicadas oficialmente en enero del 2017, el sistema político funcionó en silencio, en la creencia de que Netanyahu permanecería en el poder por muchos años por venir. Con el tiempo, estas investigaciones comenzaron a abarcar a antiguos altos funcionarios de la oficina del Primer Ministro. A pesar de la masa crítica, Netanyahu ha mostrado fortaleza pública y personal. Sigue dominando la agenda pública, como si no estuviera involucrado en las investigaciones, y ahora que su ex jefe de Estado Mayor, Ari Harow, se ha convertido en un testigo estatal en su contra .

Netanyahu continúa haciendo frecuentes visitas estatales por todo el mundo. También mantiene un estrecho control sobre el Likud a través de reuniones políticas y manifestaciones. En otras palabras, ha logrado mantener su posición dentro del Likud y sobre la derecha como el principal candidato para primer ministro. Sin ningún proceso diplomático significativo, Netanyahu tampoco se enfrenta a desafíos dentro de su coalición de derechas. En cualquier otro estado democrático, una situación como ésta sería considerada una anomalía. No hay ninguna figura importante en el Likud o en la coalición capaz de desafiar a Netanyahu, a pesar de que esté bajo varias investigaciones criminales. También es la persona con la mejor oportunidad de armar un nuevo gobierno si las elecciones se llevaran a cabo en la actualidad, según las encuestas .

La coalición de Netanyahu es estable, y sin una oposición efectiva será él quien decida si habrá elecciones el próximo año (o el siguiente). Como siempre, su decisión se basará en lo que le sea inmediatamente oportuno políticamente. Cuantas más presiones enfrenta para su renuncia, más probable es que su salida del centro del escenario sea el equivalente de una explosión política, rasgando y reformateando el sistema político. También podría haber sorpresas en un mundo sin Netanyahu, con nuevas estrellas en el Likud y la derecha subiendo a la cima del pelotón.

La imagen especular de la fuerza y la ​​estabilidad de la coalición es la debilidad de la oposición. En estos momentos, el jugador más interesante es Avi Gabbay .

Gabbay no es miembro de la Knesset, por lo que no puede servir como presidente de la oposición. Como resultado, el presidente saliente, Isaac Herzog, sigue realizando esa función. Desde su elección hace menos de tres meses para la presidencia del partido, Gabbay se apresuró a introducir una serie de medidas exitosas que le permitieron destacarse y actuar sin interferencias. La pregunta ahora es qué hará con el poder que cayó en sus manos. ¿Será capaz de aprovechar ese poder? En primer lugar contra el líder del Yesh Atid, Yair Lapid, en la lucha dentro del campo del centro-izquierda sobre quién será su candidato para el primer ministro, y luego contra Netanyahu o algún otro candidato del Likud si Netanyahu dimite debido a las investigaciones. Hasta ahora, Gabbay ha reestructurado la superficie del campo del centro-izquierda y se ha convertido en la peor pesadilla de Lapid. Después de todo, hasta su elección, las encuestas mostraban a Lapid corriendo cuello con cuello en una carrera con Netanyahu por la oficina del Primer Ministro.

Gabbay es una figura refrescante. También es intrigante, no menos porque era prácticamente desconocido hasta muy recientemente. Sin embargo, es muy conocido en el mundo de los negocios. Dirigió una gran corporación israelí de telecomunicaciones, Bezeq, e hizo allí una importante fortuna personal , estimada en unos 50 millones de shekels (14 millones de dólares). También sirvió brevemente como ministro del medio ambiente del partido Kulanu en el gobierno actual. Sin embargo, ha permanecido desconocido para el público en general en cada uno de estos puestos.

Su repentina subida, a pesar de todas las evaluaciones políticas y mediáticas, es un reflejo de una nueva era en la política, la era de los medios de comunicación social, que ofrece un acceso directo a la cima. En el viejo mundo, su talento no habría importado. Alguien como Gabbay no habría podido hacerse cargo del partido Laborista sin pasar años en sus sucursales de acceso. De muchas maneras, Gabbay sigue siendo un desconocido. El próximo año podría ser el año en que rompa las barreras y se enfrente a Netanyahu para el puesto de primer ministro. Por otro lado, también podría caer.

Shaked es ahora más importante que Gabbay, y también es un producto de la nueva política. Ya en 2012, junto con su socio político Naftali Bennett, tomó parte en el acceso al liderazgo del HaBayit HaYehudi, un partido nacionalista religioso de la derecha radical. Aunque ella es una mujer secular de Tel Aviv, ha logrado convertirse en la mujer más popular del HaBayit HaYehudi y de la derecha.

Su nombramiento como ministro de justicia reveló sus habilidades políticas, su talento para los medios de comunicación y una cosmovisión sólida y ordenada. Ella no tiene miedo de hacer frente a la Corte Suprema, tomando medidas para reducir su autoridad y cambiar su propia composición, mientras la derecha la anima. En el contexto de la sociedad israelí, estos cambios son trascendentales. Ella derrotó al establishment legal este año nombrando a dos jueces religiosos a la Corte suprema. Luego trató de derrocar el antiguo sistema de antigüedad. Junto con Bennett, está promoviendo una nueva ley que reduciría la autoridad del tribunal y limitaría su capacidad de revocar la legislación. Shaked no siempre tiene éxito, pero sus acciones por sí solas están cambiando la conciencia y ayudando a eliminar la estatura y la conformación liberal y favorable a la izquierda de la Corte Suprema.

En marzo, Shaked anunció que se ve a sí misma postulándose para el cargo de primer ministro después de Bennett. Una posterior encuesta de Walla la nombró "la principal candidata femenina para esa cargo" entre la población judía. Esta es una expresión de la popularidad de Shaked dentro de la derecha, demostrando que está hecha con el material del liderazgo. Shaked debería surgir como una figura política clave en los próximos años.

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Israel y la crisis judía americana - Caroline Glick



Cuando el Año Nuevo 5778 comienza, el 88% de los judíos israelíes dicen que están contentos y satisfechos con sus vidas. Esto tiene sentido. La seguridad relativa de Israel, su prosperidad, libertad y florecimiento espiritual hacen de los judíos israelíes la comunidad judía más exitosa en 3.500 años de historia judía.

Lo mismo no puede decirse de los judíos de la Diáspora. En la Europa occidental, las comunidades judías que hace apenas una generación fueron consideradas seguras y prósperas ahora están sitiadas. Las sinagogas y las escuelas judías parecen cuarteles del ejército. Y los severos cordones de seguridad que los judíos necesitan pasar para orar y estudiar están totalmente justificados. Allí donde están ausentes, como estaban en el hipermercado Hyper Cacher en París en 2015, los asaltantes atacan.

La crisis de los judíos de Europa Occidental es exógena a las comunidades judías. No son los judíos los que han causado la crisis, la cual puede con el tiempo provocar el éxodo mayoritario de los judíos de Europa. La crisis está producida por unos niveles crecientes de antisemitismo popular impulsado por la inmigración masiva del mundo islámico y el resurgimiento del odio hacia los judíos de los propios europeos, particularmente en la extrema izquierda.

Esta no es la situación entre los judíos norteamericanos que, en los albores del 5778, también se encuentran inmersos en una crisis cada vez más profunda. Y mientras que el antisemitismo es un problema creciente en los Estados Unidos, sobre todo en los campus universitarios, a diferencia de sus homólogos europeos los judíos estadounidenses sí podrían defenderse y ganar una batalla contra las crecientes fuerzas antijudías. Pero en gran parte, han optado por no hacerlo. Y han optado por no luchar contra los antisemitas porque están en medio de una crisis de identidad autoinducida.

Primero, está el problema del colapso demográfico.

Según el estudio del Pew Research Center de 2013 de la judería estadounidense, casi el 60% de los judíos estadounidenses se casan con no judíos. Basado en los datos de Pew, el Jewish People Policy Institute publicó un informe en junio que señalaba que no sólo el 60% de los judíos estadounidenses se casan con no judíos, sino que sólo la mitad de los judíos estadounidenses se casan. Y entre los que se están casando, menos de un tercio están criando a sus hijos como judíos de alguna manera.

A principios de este mes, un estudio de los judíos estadounidenses fue publicado por el Public Religion Research Institute. Allí no sólo se mostraba que no ha mejorado la situación desde que se publicó la encuesta del Pew, sino que la tendencia hacia la asimilación y la pérdida de identidad judía entre los judíos estadounidenses se ha acelerado.

En 2013, el 32% de los judíos estadounidenses menores de 30 años dijeron que no eran judíos por religión. Hoy la proporción de judíos menores de 30 años que dicen que no tienen relación con la fe judía ha aumentado al 47%.

No es de extrañar que el abandono mayoritario de la fe judía por casi la mitad de los jóvenes judíos estadounidenses haya afectado a las dos corrientes liberales del judaísmo americano. Según el estudio, el porcentaje de judíos estadounidenses que se identifican como judíos de la Reforma o del judaísmo Conservador está en caída libre.

Mientras que en el 2013 el 35% de los judíos estadounidenses se identificaban como de la Reforma, hoy apenas cuatro años después sólo el 28% se identifica así. La situación entre el judaísmo Conservadores es aún peor. En 2013, el 18% de los judíos estadounidenses se identificaron como conservadores. Hoy, sólo el 14% lo hace. Entre los menores de 30 años la situación es aún más grave. Sólo el 20% de los judíos estadounidenses menores de 30 años se identifican como de la Reforma, y sólo el 8% se identifica como conservador.

Es cierto que la tendencia hacia el secularismo y la asimilación entre los judíos estadounidenses no es nueva. Y con el paso de los años, los líderes reformistas y conservadores han adoptado diversas estrategias para lidiar con ella.

En 1999, el movimiento reformista trató de abordar el problema mediante el fortalecimiento de las prácticas religiosas del movimiento. Aunque el esfuerzo falló, el impulso que impulsó dicha estrategia fue racional. Los judíos estadounidenses que buscan un significado espiritual y religioso probablemente quieren algo más que sermones acerca del tikkun olam.

El problema es que esos judíos también quieren más que un rabino poniéndose una kippa y una sinagoga para mantenerse kosher.

Por eso, a medida que el número de judíos reformistas y conservadores se contrae, el número de judíos estadounidenses que se asocian con el movimiento ortodoxo está creciendo. Entre 2013 y 2017, la proporción de jóvenes judíos estadounidenses que se identifican como ortodoxos creció del 10% al 15%.

Además, cada vez más judíos estadounidenses están encontrando su hogar espiritual con Chabad. Hoy en día hay más casas de Chabad en los Estados Unidos que sinagogas de la Reforma.

Incapaces de competir por los judíos que buscan una observancia religioso, los movimientos reformistas y conservadores han buscado nuevos medios para reunir a sus bases y atraer a sus miembros. Durante el último año, dos nuevas estrategias están dominando las acciones públicas de ambos movimientos.

En primer lugar, hay una lucha selectiva contra el antisemitismo.

Mientras que el antisemitismo está experimentando un brote de crecimiento en el movimiento progresista de los Estados Unidos y se está volviendo cada vez más manifiesto en las comunidades musulmanas de EEUU, ni los movimientos reformistas ni los conservadores han tomado medidas institucionales significativas para combatirlo.

En cambio, ambos movimientos, y una gran franja del mundo institucional judío, liderado en gran parte por los judíos de la reforma y conservadores, han hecho la vista gorda a este antisemitismo o lo han permitido.

Tomemos por ejemplo el caso del imán Amman Shahin, de Davis, California.

El 21 de julio, Shahin dio un sermón pidiendo que el pueblo judío fuera aniquilado. Sus vecinos judíos en las comunidades judías progresistas de Davis y Sacramento no llamaron a la policía y exigieron que fuera investigado por lazos terroristas. No exigieron que su mezquita lo despidiera.

En cambio, liderados por la Federación Judía de Oakland, el rabino local Seth Castleman y el JCRC, abrazaron a Shahin. Aparecieron con él en una ceremonia pública de "disculpa", en la que no se disculpó por haber pedido que sus colegas judíos, y todos los demás judíos, fueran asesinados.

Todo lo que Shahin hizo fue expresar su pesar porque su llamamiento al genocidio hubiera ofendido.

Por otra parte, esos mismos líderes encabezan las acusaciones de violencia antisemita procedentes de la derecha política. Ante la absoluta falta de evidencia, cuando las instituciones judías fueron sometidas a una serie de amenazas de bomba el invierno pasado, líderes reformistas y conservadores lideraron la acusación insistiendo en que los antisemitas de extrema derecha estaban detrás de ello, e insinuaron que los perpetradores apoyaron al presidente Donald Trump. Cuando se conoció que todas las amenazas fueron realizadas por un judío israelí mentalmente enfermo, nunca emitieron una disculpa.

Así también, los movimientos reformistas y conservadores, al igual que el resto de la comunidad judía americana, trataron el motín de Charlottesville el mes pasado como un nuevo incendio del Reichstag. Ignoraron por completo la violencia de los manifestantes antifascistas de extrema izquierda, y se comportaron como si mañana los neonazis fueran a tomar el control del gobierno federal. Saltaron del carro insistiendo en que la condena inicial de Trump de ambos grupos era la prueba de que es blando con los neonazis.

El problema con la estrategia de indignación selectiva con el antisemitismo es que no está en absoluto claro quién es el público objetivo. Los datos de la encuesta muestran que los judíos más activamente judíos están en la sinagoga, son políticamente menos radicales y están más dedicados a las causas judías. Por lo tanto, es difícil ver cómo hacer la vista gorda ante el antisemitismo izquierdista y musulmán reunirá a sus miembros actuales más de lo que ya están reunidos. Por otra parte, los judíos más radicalizados políticamente están sobretodo influidos por su activismo político, lo principal para ellos, tanto como judíos y como izquierdistas. No importará el grado de anti-Trump en que se conviertan los líderes conservadores y reformistas, nunca podrán competir con las fuerzas e intereses progresistas del Partido Demócrata.

Las perspectivas para el éxito de la segunda estrategia son incluso más bajas. La segunda estrategia consiste en cultivar la animosidad hacia Israel por el tema de la oración igualitaria en el Kotel.

El pasado mes de junio, el gobierno israelí revocó una decisión anterior de construir un pasadizo que conecta el Western Wall Plaza con el Arco de Robinson, a lo largo del sur del Muro Occidental, donde se celebran servicios de oración igualitarios. El gobierno también rescindió una decisión anterior por la que representantes de los movimientos conservadores y reformistas recibirían la entrada como miembros en el comité que gestiona el Western Wall Plaza.

La primera decisión del gobierno fue no política. La Autoridad de Antigüedades paralizó la construcción del paso debido al impacto adverso que la construcción tendría en las antigüedades debajo de la superficie.

En cuanto a la segunda decisión, está lejos de ser una cuestión de vida o muerte. El comité no tiene poder para influir en las oraciones igualitarias para bien o para mal.

Y sin embargo, en lugar de reconocer que la decisión fue un revés pero no perjudicaba el estatus de la oración igualitaria en el Muro, los movimientos reformista y conservador declararon la guerra contra el gobierno y arrastraron a gran parte del establishment judío detrás de ellos.

El liderazgo de la Reforma canceló una reunión programada con el primer ministro Binyamin Netanyahu, y la Junta de la Agencia Judía siguió el ejemplo.

Seiscientos rabinos conservadores firmaron una carta a Netanyahu acusándolo de traicionar a los judíos de la Diáspora y anunciando que se verían obligados a reconsiderar su apoyo a Israel.

El embajador David Friedman, que acababa de llegar a Israel un mes antes de la explosión, usó sus primeras declaraciones públicas como embajador para llamar a sus compañeros judíos estadounidenses a la tranquilidad.

Friedman dijo: "Ayer oí algo que pensé que nunca había oído antes. Y entiendo la fuente de la frustración y la fuente de la ira. Pero escuché a una importante organización judía decir que necesitaban repensar su apoyo al Estado de Israel. Eso era algo impensable para mí, hasta ayer. Tenemos que hacerlo mejor. Tenemos que hacerlo mejor".

Pero en los meses transcurridos, los movimientos de la Reforma y Conservador no han cedido en sus ataques. Los han incrementado.

La idea parece ser que si pueden hacer que parezca una lucha de vida o muerte entre Israel y el judaismo progresista, ambos movimientos podrán mantener a sus bases cada vez más débiles y atraer a miembros de la cada vez más anti-Israel extrema izquierda judía.

El problema con esto es que si no pueden superar al Partido Demócrata en su hostilidad hacia Trump, los movimientos de la Reforma y Conservador no podrán ser más anti-Israel que las Voces Judías por la Paz y otros grupos judíos anti-Israel.

La cuestión para los israelíes es lo que implicará este fracaso del principal liderazgo judío estadounidense para el futuro de la relación de Israel con los judíos estadounidenses. La supervivencia y la continuidad judías a través de los siglos ha sido enseñada y depende de nuestra habilidad como judíos para sostener el mandamiento de los sabios de que todos los judíos son responsables los unos de los otros. Como la comunidad judía más exitosa en la historia, Israel tiene una responsabilidad especial para nuestros hermanos en la Diáspora.

El primer paso hacia el cumplimiento de nuestro deber es reconocer el hecho básico de que si bien es cierto que la comunidad judía americana está en crisis, los líderes de esa comunidad se encuentran en una crisis aún más profunda. Y la clave para fortalecer y apoyar a la comunidad es pasar por alto su liderazgo fracasado y hablar e interactuar directamente con los judíos estadounidenses.

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Friday, September 29, 2017

Memorias de un Departamento de Estado antisemita - Dennis B. Ross - NYT



La ex oficial de la CIA Valerie Plame Wilson salió en las noticias por su cuenta de twitter la semana pasada cuando, en el primer día de Rosh Hashana, compartió un artículo que decía: "Los judíos de Estados Unidos están conduciendo las guerras de los Estados Unidos. No se deberían recusar a si mismos cuando se trata del Oriente Medio?"

El artículo, que apareció en una web alternativa, afirmaba que los judíos neoconservadores estaban presionando para una guerra con Irán. La Sra. Wilson, cuya identidad en un operativo secreto fue filtrada en el 2003 por los miembros de la administración de George W. Bush por la oposición de su marido, el embajador Joseph Wilson, a la guerra de Iraq, repitió la ya habitual narrativa de que los judíos neoconservadores promovieron la invasión de Irak y están golpeando el tambor para un conflicto con Irán.

Por supuesto, la mayoría de los judíos no son neoconservadores, y la mayoría de los neoconservadores no son judíos. En cualquier caso, fueron dos influyentes no judíos, el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, quienes desempeñaron el papel central con el presidente Bush en la decisión de invadir Iraq en 2003. Ignorando el viejo refrán acerca de cuando usted está en un agujero debe dejar de cavar, la Sra. Wilson esbozó algunos excusas y luego mencionó que es de ascendencia judía. Finalmente, ella se disculpó.

Tengo poco interés en criticar a la Sra. Wilson. Pero todo el asunto me trajo recuerdos acerca de cómo los judíos eran percibidos dentro del aparato de la seguridad nacional durante mucho tiempo. Cuando empecé a trabajar en el Pentágono durante la administración del presidente Jimmy Carter, existía una evidencia inconfundible: Si eres judío, no podrías trabajar en el  Oriente Medio porque tu actitud sería sesgada.

Sin embargo, si usted conocía algo del Oriente Medio porque provenía de una familia misionera o de la industria petrolera, usted era un experto. Si se tenía ese trasfondo entonces sí podría dar forma a una visión particular de la región, y los intereses de los Estados Unidos no estarían en peligro. Las personas con estos antecedentes eran percibidas como siendo imparciales, mientras que los judíos no podrían ser objetivos y estarían mediatizados por Israel, excluyendo así los intereses americanos.

A veces, yo mismo me encontrñe con esta opinión expresada sutilmente. Otras veces incluso después de que el Secretario de Estado George Shultz tratara de cambiar la cultura del Departamento de Estado durante los primeros años de la administración Reagan. Para el Sr. Shultz, ser judío ya no era una descalificación a la hora de trabajar en las cuestiones árabe-israelíes. Él estaba más interesado en el conocimiento que en la identidad. Él me hizo, alguien que era judío y estaba trabajando en el personal del Consejo de Seguridad Nacional en ese momento, miembro del pequeño equipo que trataba la diplomacia árabe-israelí. (Daniel Kurtzer, que también es judío y un oficial del servicio exterior, también estaba en ese equipo).

Cuando James Baker se convirtió en secretario de Estado en 1989, siguió ayudando a eliminar las sospechas sobre los judíos en el establishment de la seguridad nacional. Y todavía recuerdo bien la época de 1990, cuando era el jefe de planificación de políticas del Departamento de Estado, y fui visitado por un investigador diplomático que realizaba una verificación de antecedentes de alguien que me habían recomendado. Esa persona estaba siendo considerada para un alto cargo en la administración de George H. W. Bush, pero no directamente involucrado con el Oriente Medio.

En cierto momento, el investigador me hizo una pregunta que era rutinaria en esta verificación de antecedentes: ¿Esa persona era leal a los Estados Unidos? Yo le respondí que sí, sin duda. Pero su pregunta de seguimiento fue que "si esa persona tuviera que elegir entre los intereses de Estados Unidos y los de Israel, ¿cuáles atendería primero?". No había nada sutil en esta presunción de doble lealtad.

"¿Por qué harías esa pregunta?", le pregunté, aunque me di cuenta de que podría no estar ayudando a la persona aludida. Él respondió: "Porque es judío". Así que continué: "Si él fuera irlandés y tuviera que trabajar en problemas relacionados con Irlanda o si fuera italiano y tuviera que trabajar en Italia, ¿también formularía esa pregunta?". Inicialmente, el investigador no pareció saber que responder, pero luego observé una mirada de reconocimiento. De repente se dio cuenta de que yo era judío. Y en ese momento, él cambió de tema.

Este investigador no era un novato. Y su experiencia con los funcionarios del Departamento le llevaron a creer que era natural hacer esta pregunta. Y es que la mayoría de las mitologías asuman una vida propia, y la idea de que los judíos estadounidenses pudieran tener lealtades duales no era cuestionada ni retada, era algo asumudo. Y eso lo hacía aún más insidioso.

Justo como la señora Wilson que tuitea que los judíos están empujando para una nueva guerra. Es la definición del prejuicio. ¿Cómo se puede definir cuando se etiqueta a todo un grupo y se atribuye a todos los que forman parte de él un rasgo negativo o amenazador particular ¿comportamiento? Es lo mismo hoy en día con aquellos que señalan a todos los musulmanes como peligrosos extremistas y es igualmente inaceptable.

Hoy, el creciente nacionalismo y la xenofobia prometen crear aún más prejuicios. Estas actitudes fomentan una mentalidad de "nosotros contra ellos". El "otro" es una amenaza. Y una vez que se haya seleccionado a grupos, el salto es pequeño a la hora de ponerles límites, dejarles en cuarentena y racionalizar la violencia contra ellos.

En vez de preocuparse por la desconfianza y de ser acusados de doble lealtad, los judíos estadounidenses deben sentirse orgullosos. En tiempos de incertidumbre, la identidad puede ser fuente de seguridad y confort. Y tener una identidad fuerte, estar cómodo con quien eres y con quien estás conectado, no estar a expensas de otros. Como mi rabino Jonathan Maltzman señaló en su sermón de Rosh Hashana, lo particular y lo universal siempre han estado embebidos en la identidad judía.

De hecho, para vivir una vida judía uno debe estar comprometido con la comunidad judía, pero también con otros. Los judíos tienen la obligación de promover la justicia, la misericordia, la compasión, la tolerancia y la paz.

En los Estados Unidos, la diversidad de pueblos y opiniones es nuestra fuerza como democracia. Escucharnos el uno al otro, en lugar de etiquetarnos los unos a los otros, para restaurar el debate civil. Es ciertamente la única manera de producir mejores políticas. Y eso podría incluso introducir un mayor cuidado y una mayor civilidad en Twitter.

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¡Yo creo a todos esos que cuando realizan acciones antisemitas afirman que no son antisemitas! - Bret Stephens - NYT



Creí a Valerie Plame, esa ex funcionaria de la CIA y desvanecida celebridad liberal, cuando dijo que se sorprendió al percatarse de las "corrientes" antisemitas de un artículo que ella calificó previamente como "provocativo, pero que te hace pensar". Yo la creí cuando dijo que "se centró en la descripción de los neoconservadores", pero que se perdió los elementos más perjudiciales del artículo.

El artículo se titulaba "Los judíos americanos están conduciendo las guerras de los Estados Unidos". En el artículos se  utilizaban 22 variantes de la palabra "judío", aunque la palabra "neocon" sólo aparecía dos veces. Creo que Plame está diciendo la verdad cuando dice que no captó su sutileza al leerlo.

Creí a Donald Trump cuando insistió el año pasado que no había nada malo en que tuiteara la imagen de una estrella de seis puntas superpuesta sobre un montón de billetes de 100$ junto a una foto de Hillary Clinton y el subtítulo "¡El candidato más corrupto de todos!", y cuando dijo que le pareció la estrella de un sheriff y no una estrella de David.

No creí al neonazi y supremacista blanco David Duke cuando afirmó que no había manera de que fuese la estrella de un sheriff. ¿Pero qué sabrá David Duke de esto?

Creí al Consejo Nacional de la Asociación de Estudios Estadounidenses cuando adoptando una "postura ética",  votó unánimemente en 2013 por un boicot académico contra las instituciones israelíes. No encontré ninguna señal de desprecio en el hecho de que esa asociación nunca antes hubiera boicoteado las instituciones de ningún otro país. Creo que el entonces presidente del grupo, Curtis Marez, dio un argumento muy válido al decir que Israel fue el blanco porque "uno tiene que empezar por alguna parte".

Creo que la ASA algún día también se dispondrá a boicotear las instituciones académicas de China por su ocupación del Tíbet, o de Rusia por su ocupación de Ucrania, o de la India por su presunta ocupación de Cachemira. Creo que no existe nada discriminatorio en señalar al Estado judío por un comportamiento que la ASA acepta de otros estados.

También creí al entonces presidente iraní Mahmud Ahmadinejad cuando dijo, en un desayuno en Nueva York al que asistí en 2010, que el antisemitismo es en su mayoría desconocido en su país. Creo que la República Islámica acoge con beneplácito a sus judíos, como lo demuestra el asiento que reserva en su Parlamento a un judío.

Además creo que no hay nada antisemita en proclamar que Israel debe ser borrado del mapa. Creo que los líderes iraníes sólo estaban interesados ​​en la erudición histórica y en la libertad de discurso cuando  organizaron una conferencia  de negadores del Holocausto o cuando apoyaron un concurso de caricaturas del Holocausto . Creo también que la comunidad judía en Irán, que ha experimentado una emigración masiva desde que la revolución iraní, vive feliz con sus amos políticos.

Tampoco creí que hubiera nada malo en que el ex senador republicano Chuck Hagel afirmara en 2006 que "el lobby judío intimida a mucha gente" en el Capitolio. Creo que el lobby judío es el único que "intimida" a los legisladores estadounidenses, a diferencia de la práctica, por ejemplo, de la Asociación Nacional del Rifle o el lobby de la agricultura.

Creo que Hagel no tenía nada de que disculparse por una observación de la que luego se disculpó durante su proceso de confirmación para secretario de Defensa. Creo que la disculpa de Hagel fue sincera. Creo que su  disculpa  por oponerse a la nominación de James Hormel como embajador de Bill Clinton en Luxemburgo - Hagel criticó a Hormel como "abiertamente, agresivamente gay" - también fue sincera.

Creo que la tesis de "El Lobby de Israel", el libro de 2007 de Stephen Walt y John Mearsheimer, es sensata. La idea de que un pequeño grupo de judíos estadounidenses manipula (en gran parte) al Congreso, a los medios de comunicación y a otras palancas de poder e influencia para el beneficio de un maligno Estado judío, no tiene ninguna conexión con anteriores teorías de conspiración antisemitas que afirman lo mismo.

Creo que cuando Jeffrey Goldberg definió las ideas del libro como "terriblemente próximas a los Sabios de Sión" en una devastadora revisión, sus puntos de vista deben considerarse como sospechosos. ¿Para quién demonios trabaja Goldberg?

Creo que cuando Mel Gibson, en el curso de un arresto policial, afirmó que "los judíos son responsables de todas las guerras del mundo", lo quiso decir como una declaración de aprobación cordial.

Creo que no hay nada curioso en la atribución constante de la autoría de la invasión de Irak en el 2003 a Paul Wolfowitz y Doug Feith, ambos funcionarios de segundo nivel de la Administración Bush, y a Richard Perle, quien supervisó un comité consultivo federal sin poder real. Creo que fueron mucho más influyentes en el proceso de toma de decisiones que Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Condoleezza Rice, Colin Powell o George W. Bush.

Creo que el hecho de que Wolfowitz, Feith y Perle fueran judíos no les convierte, en ningún sentido, en los villanos convenientes para ese drama.

Creo que cuando el terrorista izquierdista alemán Wilfried Böse insistió, durante el secuestro en 1976 de un avión de Air France, que "¡No soy nazi! Soy un idealista", tenía mucha razón. Böse y su compañera, Brigitte Kuhlmann, separaron a los pasajeros entre israelíes y no israelíes, liberando a estos últimos mientras retenía a los israelíes como rehenes en el aeropuerto de Entebbe, Uganda, antes de ser rescatados por las tropas israelíes.

Creo que atacar a los judíos por ser judíos es antisemitismo, pero que apuntar a los israelíes por ser israelíes es una forma legítima de resistencia política. Creo que el antisionismo no tiene nada que ver con el antisemitismo. Creo que pedir la eliminación de la entidad sionista es una idea moralmente legítima.

Otra cosa: creo a Valerie Plame cuando escribe, "soy de ascendencia judía". De hecho, creo que algunos de sus mejores amigos son judíos.

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Los asentamientos: ¿Qué hacer si todo el mundo tiene razón? - Avi Shilon - Jewish Review of Book



En su último discurso como miembro activo de la Knesset, David Ben-Gurion advirtió al establishment político de su país acerca de un dilema en el que temía que pudiera caer:
La Guerra de los Seis Días creó nuevas tendencias o lo que parecen ser nuevas: los partidarios o buscadores de la paz, y los partidarios de la posesión de toda la tierra de Israel. No sé a cuál pertenezco. Yo fui de ambos toda mi vida, y he estado en muchas partes. . . . Estas dos cosas, la paz y toda la tierra de Israel, siempre y cuando fueran alcanzables y posibles, las apoyé de todo corazón. . . y por lo tanto no veo ninguna contradicción entre ambas. No son dos partidos, sino dos situaciones diferentes.
Lo que Ben Gurion quiso decir es que la actitud de la gente hacia los territorios adoptada en 1967 no debería ser ideológica o teológica. La disposición de estos territorios era una cuestión práctica, y la decisión sobre ellos debía depender de lo que fuera posible. Lo que más importaba era asegurar la existencia del Estado, la naturaleza de la paz que se le ofrecería a Israel a cambio de una retirada y la situación demográfica.

Casi 50 años después, la publicación de un nuevo libro, uno de los más vendidos, de Micah Goodman, Milkud 67 (Catch 67), demuestra lo certero - y equivocado - que estaba el primer ministro de Israel. Ben-Gurion tenía razón al temer que Israel se dividiera en dos, como ha sido finalmente, sobre la cuestión de lo que, en abril de 1970, eran unos territorios recién adquiridos. Pero se equivocó al descartar esta diferencia de opinión como innecesaria, ya que la postura de uno con respecto a los territorios nunca es simplemente una cuestión de táctica. Cuando un israelí dice que está a favor o en contra de la división de la tierra, inevitablemente dice muchas cosas sobre su identidad, su cultura, su visión del mundo, su grado de religiosidad y mucho más.

Milkud 67, cuyo título es un riff obvio del Catch 22 de Joseph Heller, trata de las implicaciones y consecuencias del control de Israel desde 1967, si no exactamente de toda la Tierra de Israel, si al menos aquellas partes de la misma que constituían el Mandato de Palestina hasta 1948. El libro de Goodman es uno de los raros casos en que una obra seria de no ficción se convierte en un auténtico best-seller, y muy merecidamente. En las librerías israelíes, con ocasión del 50 aniversario de la Guerra de los Seis Días, Milkud o Catch 67 informa de las profundidades ideológicas e históricas de los argumentos de la derecha y de la izquierda, tratándolas con igual respeto.

En junio, los parlamentarios Ayelet Nahmias-Verbin y Yehuda Glick invitaron a Goodman a discutir de su libro en la Knesset. Lo que es particularmente sorprendente es que esta invitación procediera conjuntamente de los representantes de los dos campos en los que Ben Gurion no deseaba ver al país dividido. Nahmias-Verbin, miembro del Campo Sionista (antes Partido Laborista), entró por primera vez en la política en la década de 1990 bajo la égida de Yitzhak Rabin, y es un ardiente partidario de la solución de dos Estados. Glick, miembro del Likud, es un rabino ortodoxo nacido en los Estados Unidos muy conocido por su defensa en los últimos años de los derechos de los judíos a orar en el Monte del Templo. Sólo el valiente e impresionante intento de Goodman de abordar todos los argumentos a favor y en contra de la retirada, de una manera profunda y seria, anclándolos en la historia y en la filosofía judía, podría evocar una respuesta bipartidista tan inusual. Goodman vive en la ciudad cisjordana de Kfar Adumim, pero, como explicó en una entrevista con Isabel Kershner del New York Times, "Prefiero no ser llamado un colono. Es donde vivo, no soy quien soy".

En un país pequeño con su parte correspondiente de intelectuales públicos, Micah Goodman es una figura extraordinaria. Tiene un doctorado en filosofía judía de la Universidad Hebrea y tiene una impresionante habilidad para hacer accesibles y relevantes las obras complejas del pensamiento judío para el público israelí. Sus tres libros anteriores sobre el judaísmo, entre ellos uno traducido al inglés bajo el título “Maimónides y el libro que cambió el judaísmo”, han encontrado lectores y revisores desde una variedad de perspectivas. Los lectores seculares y liberales apreciaron un punto de vista religioso que no les amenazaba y minusvaloraba, mientras que las personas del campo religioso se complacían en ver como Goodman revivía la discusión pública de los clásicos judíos.

Goodman tiene un trasfondo algo inusual que puede explicar en parte su disposición a intentar entender a ambos lados: Su madre nació en una devota familia católica americana. Una de sus tías fue ayudante personal del Papa Juan Pablo II, pero se convirtió al judaísmo, en una judía ortodoxa, e inmigró a Israel con su marido después de la Guerra de los Seis Días. Goodman creció en Jerusalén, recibió una educación religiosa y más tarde obtuvo un doctorado en filosofía judía en la Universidad Hebrea. Hace tres años, después de recibir el Premio Liebhaber para la Promoción de la Tolerancia Religiosa del Instituto Schechter de Estudios Judíos, en una entrevista con el sitio web "Walla!", comentó que "cuando niño, yo pensaba que cada niño judío tenía una abuela que hablaba de Jesús".

No menos erudito que sus primeros libros, la percepción más básica de Catch 67 es que lo que separa a israelíes y palestinos, ante todo, son sentimientos de temor y humillación profundamente arraigados en la historia. Los israelíes son más fuertes, pero la experiencia de los judíos en la diáspora les ha inclinado a temer que su adversario, en el caso actual los palestinos, esté siempre esperando un momento oportuno para atacarles. Los palestinos, por su parte, se sienten humillados, no sólo por el control de los territorios por parte del IDF, sino más fundamentalmente por el bajo estatus de los musulmanes en el mundo desde el declive de la civilización islámica. En otras palabras, según Goodman, el conflicto es religioso pero no teológico. Es el resultado de las experiencias históricas de los judíos israelíes y de los musulmanes palestinos.

Sin embargo, Goodman se preocupa menos de la historia religiosa que de la historia política, y en la primera parte de su libro explica cómo la derecha y la izquierda israelí han llegado a sus posiciones actuales. Según su relato, la mezcla de maximalismo territorial y liberalismo político que una vez caracterizó a la derecha se redujo, ante las intifadas y los desafíos demográficos, a un liberalismo puro y simple. Pero cuando la tercera generación de “príncipes del Likud” (los hijos de notorios dirigentes del partido), como Ehud Olmert, Tzipi Livni y Dan Meridor abandonaron la idea del "Gran Tierra de Israel" como parte de su herencia, no dejaron el campo vacío: "Un grupo ideológico diferente llegó a dominar la derecha y dio una nueva vida a ese mensaje: la derecha religiosa mesiánica". La concepción de toda la Tierra de Israel como la tierra prometida a los judíos por la comunidad internacional cedió, o más bien se vino abajo ante la idea de la tierra prometida por Dios. Goodman escribe que "al principio, el grupo dominante en la derecha colocaba los derechos humanos en el centro de las cosas, pero al final del siglo XX el grupo dominante dentro de la derecha ha colocado la redención en el centro de las cosas".

El relato de Goodman sobre lo que le ha ocurrido a la derecha es lo suficientemente preciso, incluso si existen algunos detalles históricos equivocados. Así, presenta el artículo de 1910 de Vladimir Jabotinsky "Homo homini lupus" como evidencia de su creencia en una naturaleza poco confiable del hombre. Esto, nos dice Goodman, respaldó la certeza del fundador del partido revisionista de que los británicos eventualmente traicionarían a los sionistas. Sin embargo, Goodman pasa por alto la medida en que Jabotinsky persistió realmente en poner sus esperanzas en los británicos. También ignora que el hecho de que Menachem Begin, el futuro sucesor de Jabotinsky, propuso en 1938 lanzar el "sionismo militar", lo que conduciría a un conflicto directo con los británicos, idea que Jabotinsky objetó, observando que todavía creía en la conciencia del mundo.

En cuanto a la izquierda, Goodman sostiene que la izquierda de las décadas entre 1920-1970 no hizo de la paz un objetivo central: el gran cambio en el enfoque ideológico de la izquierda se produjo en los años setenta. La izquierda renunció a su sueño de una sociedad bajo un modelo socialista y adoptó el sueño de la paz: "En lugar de la solidaridad entre los trabajadores habría solidaridad entre las naciones".

Goodman acierta señalando el cambio ideológico en la izquierda, pero creo que lo que realmente ha ocurrido es bastante diferente de lo que él describe. Desde el principio, la izquierda socialista buscó llegar a un acuerdo con los trabajadores palestinos sobre la base de unos intereses de clase compartidos. También creía que toda la población de Palestina se beneficiaría de la prosperidad económica que los judíos traerían a esa tierra. Sólo después de los disturbios antijudíos de 1929 (y los posteriores de 1936), la corriente principal de la izquierda comprendió que esta esperanza carecía de fundamento. Después de la publicación del informe de la Comisión Peel en 1937, Ben-Gurion llevó a la izquierda a favorecer la partición como la única base práctica para el compromiso.

Cuando Goodman pasa de la evolución ideológica de los partidos políticos de Israel a sus posiciones actuales con respecto a los asuntos más apremiantes que enfrenta la nación, está igualmente atento a ambos lados. La derecha, reconoce, tiene razón al insistir en que no hay vuelta atrás a las líneas de 1967, ya que Israel necesita el control sobre las tierras altas que dominan su llanura costera, donde vive la mayor parte de su población:

Un descenso del IDF de las montañas de Judea y Samaria crearía un vacío que podría atraer hacia Israel todo el caos del Oriente Medio y situarlo al borde de Tel Aviv.

Sin embargo, la izquierda también tiene razón cuando afirma que será imposible preservar a Israel como un estado judío y democrático sin una separación de los palestinos. A pesar de que él evalúa cuidadosamente la alta tasa de natalidad de los árabes palestinos como un "problema" demográfico, y no, como es tan común en Israel hoy, como una "bomba de tiempo", Goodman está profundamente preocupado de que los judíos dejen de pronto de ser la mayoría en su propia tierra. No cabe duda de que presta mucha atención a lo que dicen los "demógrafos alternativos" de la derecha, los cuales sostienen que tanto el número de palestinos viviendo en Cisjordania y Gaza como su natalidad, son inferiores a lo que generalmente se cree. Pero incluso si son correctos sus datos, sostiene Goodman, y el número de árabes en Cisjordania es de 1,65 millones y no de 2,3 millones, "¿se puede absorber una población árabe tan grande sin agitar al Estado de Israel?". Preservar a Israel como "el estado nacional del pueblo judío depende no solamente de mantener una mayoría judía, sino de mantener una sólida y fuerte mayoría judía", algo que dejaría de ser posible si la población árabe del estado se duplicara prácticamente.

Goodman no duda en usar la palabra kibbush (literalmente conquista, pero en el léxico israelí equivalente a "ocupación") para describir la presencia de Israel en Judea y Samaria, y está perfectamente preparado para catalogar de “inmoral” a la ocupación, pero sólo en una sentido cualificado. Es inmoral, dice, dominar a los habitantes no israelíes de la tierra, que como todas las personas tienen derecho a gobernarse a sí mismos. Pero la Cisjordania no puede considerarse "ocupada", ya que Israel tomó el control de ella en una guerra defensiva contra Jordania. Y la propia Jordania se había apoderado de ella en una guerra - y no precisamente defensiva - contra Israel en 1948. Israel no está obligado, por lo tanto, a devolver los territorios, ya que "un mundo donde no haya un precio a pagar por una agresión es un mundo peligroso, en el que los matones no tienen que hacer frente a ningún riesgo".

Lo que Goodman rechaza enfáticamente es la idea de que la ley judía deba ser el factor determinante. Goodman sostiene que la halajá misma da prioridad a las consideraciones de seguridad y se debe dar prioridad a ellas. Después de expresar un fuerte apego histórico a la tierra, recuerda a sus lectores que su propiedad es condicional.

El retorno a la tierra de los profetas también tiene que ser un retorno a la visión de los profetas, y una sociedad israelí que cumpla con las enseñanzas bíblicas debe medirse por su posición hacia las minorías, los extranjeros y otros que son diferentes. Las relaciones entre el Estado de Israel y los árabes que están bajo su jurisdicción ofrecen al pueblo de Israel la oportunidad de cumplir la visión bíblica, pero también le plantean un desafío que debe cumplir. El gobierno militar de una población civil, que ha continuado durante décadas, desde la Guerra de los Seis Días, es un fracaso religioso israelí. La visión profética de una sociedad poderosa que es sensible ante los débiles se rompe cada día por las labores de policía del IDF en las barreras en los territorios.

Lo que es problemático desde el punto de vista de la Biblia también contradice el espíritu original del sionismo. Herzl, en su Altneuland (Antigua-Nueva Tierra), declara que "todas las personas se merecen una patria". ¿No se contradice el sionismo, por tanto, cuando "domina a otro pueblo"?

Goodman concluye la segunda parte de su libro con un breve resumen de las maneras en las que todos están en el mismo barco:

La presencia en los territorios cumple con el sionismo y a la vez va en contra del sionismo; la retirada de los territorios cumple con el judaísmo profético, pero a la vez descarta la identidad nacional; una presencia en los territorios protege a Israel geográficamente pero la amenaza demográficamente. Parece que todo el mundo está en lo cierto, y como todo el mundo tiene razón, todos también están atrapados.

Si Goodman hubiera terminado su libro en este punto, probablemente habría recibido aplausos de ambos extremos del espectro político. Pero eligió abandonar su "zona de confort" intelectual y presentar una solución práctica propia. Lo que propone es un acuerdo limitado en el que Israel retiraría su presencia militar de la mayor parte de los territorios a fin de conceder a los palestinos la mayor libertad posible, pero sin permitir un estado completamente independiente. Al mismo tiempo, dice Goodman, Israel debe seguir aferrándose al Valle del Jordán como su frontera oriental. Esto le permitiría mantener su posición defensiva en aquellas partes que Israel considere necesarias para su seguridad, pero acabando también con la mayor parte de su "ocupación" de las vidas de los habitantes no judíos de la tierra, siempre que sea compatible con las necesidades estratégicas de Israel.

La solución de Goodman se basa en un profundo análisis, y él no es el único que cree que en la actualidad no puede haber expectativa de una paz integral. Pero es difícil ignorar el hecho de que en el fondo, aunque Goodman enfatiza que ésta no era su intención, parece terminar estando de acuerdo con la decisión de Benjamin Netanyahu de no decidir. Además, como él mismo admite, ninguno de los palestinos con los que ha hablado ha aceptado consentir un acuerdo limitado del tipo que ha propuesto.

El libro de Goodman ha generado una tormenta de discusiones y críticas en Israel. Sin duda, la más significativa de las respuestas a su libro provino de una figura que desempeña un papel notable en él: el ex primer ministro Ehud Barak. De manera algo sorprendente, el hombre que buscó - y fracasó -  terminar con el conflicto cuando fue primer ministro en el 2000, descendió a las páginas de Ha'aretz para publicar una larga revisión de Catch 67 en mayo de 2017. En el ensayo, acusó a Goodman de crear una falsa simetría entre la izquierda y la derecha, y lo caracterizó, a pesar de su postura de imparcialidad, y de manera consciente o inconsciente, de “derechista disfrazado”. El argumento principal de Barak era que Israel podría, de hecho, defenderse aunque se retirara de los territorios, pero en ausencia de tal retirada no habría esperanza de sostener un estado judío y democrático. Según Barak, el problema demográfico es estratégico. El problema de seguridad es técnico y tiene soluciones tácticas y técnicas.

Naturalmente, la crítica de Barak causó mucho revuelo y generó un mayor interés por el libro. Sin embargo, Goodman no se sintió intimidado. "¿Por qué Barak dice que tengo una agenda de derecha?", se preguntó una semana después. “Pues porque estoy dispuesto a tomar en serio los argumentos de la derecha. ¿Por qué los derechistas dicen que soy izquierdista? Pues porque también tomo en serio los argumentos de la izquierda". Goodman continuó observando que "negar o ignorar los peligros de seguridad provocados por una retirada territorial no suena menos absurdo para la mayoría de los israelíes que negar la existencia del problema demográfico para Barak".

Esta no fue la única confrontación con la que se encontró Goodman. Una reseña en el popular periódico israelí Yediot Achronot también lo culpó por ser un derechista disfrazado, mientras que el ministro de la educación, Naftali Bennett, deploraba la simpatía de Goodman por los argumentos de la izquierda en Facebook, aunque también elogió la profundidad del libro.

En un momento de Catch 67, Goodman recuerda que el Talmud prefirió la casa de Hillel a la casa de Shammai, y no porque sus partidarios fueran más exactos o correctos en sus opiniones halájicas, sino porque estaban dispuestos a escuchar los argumentos de la otra parte antes de expresar su propia posición. Al hacerlo, estaba recordando a sus compañeros israelíes, a quienes les gusta más argumentar que escuchar, una lección antigua pero refrescante. Huelga decir que el libro de Goodman no pondrá fin a lo que ha sido durante mucho tiempo nuestra conversación nacional más urgente, pero sí demuestra, por precepto y por ejemplo, la mejor forma de participar en él.

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Monday, September 25, 2017

Los judíos asquenazíes no son kázaros. Aquí están las pruebas - Alexandre Beider - Forward



En 2010 me contactó la editora en jefe de un volumen llamado "Kázaros: Mito e Historia", organizado por la Academia Rusa de Ciencias. Conocía mis libros sobre los nombres asquenazíes y estaba familiarizada con mi estudio en curso sobre la historia del yiddish publicado por la Oxford University Press en 2015 como "Orígines de los dialectos yiddish". La editora quería que escribiera un artículo explicando las huellas de los judíos de la Khazaria medieval que ella estaba segura haber observado en mi investigación.

Traté de rechazar cortésmente su propuesta. Le dije que mi trabajo sobre ese tema sería demasiado corto para incluirlo porque consistiría en una sola frase: "El corpus de nombres personales y apellidos llevados por los judíos en Europa del Este durante los últimos seis siglos, así como la lengua yiddish en su conjunto, no contienen ningún vínculo con Khazaria".

La editora insistió en que si yo estaba tan convencido de este argumento, debería escribirlo, porque sería de interés tanto para los expertos como para los lectores no profesionales. Finalmente acepté y escribí un artículo.

El trabajo me permitió formular algunos principios metodológicos sobre trabajar en lo que a veces se denomina "ciencias soft". La historiografía y la lingüística no son disciplinas formales como la matemática o la lógica, ya que nada puede probarse definitivamente. Esto permite la introducción de lo que podríamos llamar "ciencia basura", una categoría a la que pertenece la hipótesis kázara.

Sin embargo, la absoluta falta de pruebas fundamentales que sostengan esta teoría no ha impedido que capte la imaginación de genetistas, lingüistas y hordas de laicos.

Desde finales del siglo XIX, la denominada "teoría kázara" ha promovido la idea de que un gran parte de los judíos asquenazíes que vivían en Europa oriental descendían de los kázaros medievales, un pueblo turco semi-nómada que fundó un poderoso estado político en el Cáucaso y el norte de los mares Caspio, Azov y Negro. La teoría recibió un reciente impulso con la publicación de 1976 de "La tribu número trece", un libro de Arthur Koestler. Más recientemente, la hipótesis kázara ha sido promovida por autores como el profesor de historia de la Universidad de Tel Aviv Shlomo Sand y por el profesor Paul Wexler de la Universidad de Tel Aviv, así como el genetista Eran Elhaik.

A pesar de este respaldo institucional, la teoría sigue absolutamente sin pruebas que la sostengan. Como cualquier historiador te dirá, generaciones de judíos, como generaciones de cualquier pueblo, dejan rastros históricos detrás de ellos. Estas huellas llegan en múltiples formas. Para empezar, la gente deja atrás documentos históricos y datos arqueológicos. Previsiblemente, la evidencia arqueológica sobre la existencia generalizada de judíos en Khazaria es casi inexistente. Y aunque una serie de fuentes independientes dan testimonio de la existencia en el siglo X de judíos en el Reino de Khazaria, y algunas de estas fuentes también indican que la élite gobernante de Khazaria abrazó el judaísmo, el estado kázaro fue destruido por los rusos durante la década de 960. En otras palabras, podemos estar seguros de que el judaísmo no estaba particularmente extendido en ese reino.

El siguiente registro histórico de los judíos - en unas cuantas ciudades que hoy pertenecen al oeste de Ucrania y al oeste de Belarús - aparece en el siglo XIV, cuando los judíos son regularmente referidos en numerosos documentos.Y sin embargo, no hay datos historiográficos directos disponibles que permitan conectar a los judíos que vivieron en Europa del Este en el siglo XIV con sus correligionarios de la Khazaria del siglo X.

Una ciudad en el noroeste de Ucrania, Volodymyr-Volynskyi, parece tener una presencia ininterrumpida de judíos del siglo XII. Por ejemplo, en 1171 un comerciante judío de esa ciudad llamado Benjamín vivía en Colonia, y un documento ruso se refiere a los judíos locales en 1288. Otra fuente judía describe una ceremonia de circuncisión en esa ciudad a finales del siglo XIV. Pero es solamente durante el siglo XVI que las referencias a los judíos aparecen en grandes territorios de Ucrania, Bielorrusia y Lituania, e incluso a mediados del siglo XVI las comunidades locales no estaban demasiado pobladas. Documentos históricos también indican que las primeras comunidades judías conocidas en Polonia estaban todas situadas en su parte más occidental.

Pero la historia no es la única disciplina que desacredita la hipótesis kázara. La lingüística también lo hace, y el estudio del yiddish nos ayuda a descartar una ascendencia kázara para los judíos actuales. Desde el siglo XVII, el yiddish era el lenguaje vernacular de todos los judíos de Europa del Este. Todos sus elementos estructurales principales son alemanes, aunque durante los últimos siglos también sufrieron una fuerte influencia de las lenguas eslavas.

Este punto de vista es compartido por todos los principales lingüistas del yiddish, pero no por Paul Wexler, quien cree que hay ciertos elementos estructurales turcos e iraníes "escondidos" en el yiddish.
No obstante, sus métodos dependen en gran medida de coincidencias fortuitas. Y si se aplican más ampliamente, se puede vincular el yiddish a cualquier idioma en el mundo.

Es decir, se trata simplemente de mala lingüística. Todas las palabras de origen turco vinieron al yiddish a través del intermedio de lenguas eslavas del este. Es un léxico que guarda los rastros reales de idiomas hablados por antepasados ​​hablantes del yiddish. Por eso, además de las palabras hebreas y arameas, el yiddish tiene un pequeño conjunto de palabras cuyas raíces provienen del francés antiguo, del checo antiguo y del griego.

Algunos partidarios de la teoría kázara admiten la base alemana del yiddish, pero pretenden que fue aprendido en Europa oriental por las masas "indígenas" judías de manos de rabinos que vinieron de Occidente, y que introdujeron el yiddish como un lenguaje de "prestigio".

Pero tal escenario difícilmente puede ser aceptado. Sólo los idiomas culturales, el hebreo y el arameo, eran prestigiosos. Durante los siglos XVI y XVII, el yídish procedente de Europa Central se convirtió en el primer idioma para todos los judíos de Europa del Este, pero era una lengua vernácula mucho más que un objeto de prestigio.

Los idiomas eslavos eran utilizados en dichas áreas por la mayoría cristiana y (durante el período anterior) por los judíos locales de orígenes heterogéneos. Lejos de ser prestigioso, el yiddish, comprensible incluso para los niños, fue utilizado para enseñar a los estudiantes el sí prestigioso  idioma hebreo. Conocemos además que el yiddish no era un idioma de prestigio porque las chicas, que no aprendían idiomas en la escuela, también lo conocían. El rol de las madres en la transmisión del lenguaje cotidiano es mucho más importante que el de los padres.

Además de la historia y la lingüística, una tercera disciplina puede ayudarnos a poner fin a la hipótesis kázara: la onomástica o el estudio de los nombres propios. Examinar los diversos nombres, tanto nombres como apellidos, nos proporciona una idea de cómo se veía una comunidad, su lenguaje y sus orígenes. Y en las comunidades judías de la Europa oriental, durante los últimos seis siglos, no se puede encontrar un solo nombre turco en los diversos documentos que enumeran nombres judíos. Incluso en los documentos de los siglos XV y XVI que tratan de los judíos que vivían en los territorios de la Ucrania moderna y Bielorrusia, no existen tales nombres de origen turco o iraní.

En el corpus de nombres usados ​​por los judíos de la Europa del Este durante los últimos siglos, encontramos las mismas capas lingüísticas que en el léxico del yiddish. Hay muchos nombres germánicos y hebreos y algunos nombres arameos. También hay nombres griegos (Todres de Theodoros, Kalmen de Kalonymos), antiguos nombres franceses (Beyle, Bunem, Yentl), antiguos nombres checos (Khlavne, Slave, Zlate) y nombres polacos (Basye, Tsile), y muy pocos nombres eslavos (Badane, Vikhne). Como ya hemos comentado, no hay nombres turcos.

Finalmente, llegamos a la genética. Uno no tiene que ser un genetista profesional para verificar la inadecuación de las metodologías utilizadas por Eran Elhaik, el campeón de la "teoría kázara" en este dominio. En su artículo de 2013, pretendía demostrar que los judíos asquenazíes modernos estaban genéticamente más cercanos de los kázaros que de los hebreos bíblicos. La última mención de los kázaros es de casi mil años, mientras que los tiempos bíblicos también están muy lejos de nosotros. Por estas razones, Elhaik necesitaba sustitutos modernos, por lo que sustituyó a los kázaros por armenios y georgianos (porque todos ellos están relacionados de alguna manera con el Cáucaso), y sustituyó a los hebreos bíblicos por israelíes palestinos. En su artículo de 2016, analiza los vínculos entre varios grupos de población introduciendo otra idea "audaz", la de encontrar una especie de punto "promedio geográfico" para varias características genéticas.

En términos globales, su método general es aplicable sólo en un contexto de familias que permanecieron durante siglos en los mismos lugares (por ejemplo, en Cerdeña), pero ciertamente no para grupos de población caracterizados precisamente por la movilidad geográfica. Como señaló uno de mis amigos, si aplicamos su idea a Barack Obama, el ex presidente de los Estados Unidos podría ser clasificado como "libio", ya que Libia se encuentra en medio de una línea que uniría a Kenia y el Reino Unido.

En términos globales, todos los argumentos sugeridos por los defensores de la teoría kázara son altamente especulativos o simplemente erróneos. No pueden tomarse en serio.

Pero esto nunca ha impedido que la teoría fuera popular. Pero las razones ideológicas de esto son tema para otro artículo.

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Sunday, September 24, 2017

El pensamiento echado a perder - Michael Weingrad - Jewish Review of Books




Bruno Chaouat tituló mordazmente su libro sobre cómo los teóricos posmodernos han contribuido al incremento al antisemitismo europeo en las últimas dos décadas de una manera deprimente. "¿Es la teoría buena para los judíos?" revisa las maneras en que los intelectuales de moda en ambos lados del Atlántico no sólo han fracasado coherentemente ante el odio ramificado y la violencia en sus sociedades, sino que a menudo se han unido al coro antisemita, especialmente cuando Israel es el objetivo. El pathos del libro deriva no sólo de los análisis detallados y moralmente convincentes de Chaouat de una galería de pícaros académicos contemporáneos. También refleja la admirable honestidad con que Chaouat, un profesor de francés en la Universidad de Minnesota que se describe a sí mismo como "un adicto a la Teoría no arrepentido", se pregunta si una vida dedicada a la "Teoría" puede haber sido todo un error.

En el prefacio del libro cita el famoso anticlímax de Proust en el que el protagonista de Swann in Love reflexiona: "Pensar que he perdido años de mi vida, que he anhelado morir, que he experimentado mi mayor amor por una mujer que no me atrajo, que ni siquiera era mi tipo...". Chaouat se atreve a preguntarse si, dado el autismo moral de tantos luminarias de la Teoría al confrontar con las cuestiones políticas básicas de nuestro tiempo, su propio romance con la Teoría ha sido todo un desperdicio similar.

No dejemos estas preguntas en suspenso, como lo hace Chaouat con tristeza. La respuesta al título del libro es sencilla: No, la Teoría no es buena para los judíos (o por lo demás, para quien se preocupa por la claridad intelectual y moral). Y sí, hay probablemente mejores maneras de desperdiciar la vida propia que adoptar unos estúpidos conceptos postmodernistas y una jerga al uso. Y sin embargo, si Chaouat vacila a la hora de sacar unas conclusiones tan ambiguas, ha realizado todo un servicio describiendo una serie de recientes fracasos intelectuales y morales recientes de la Teoría, y cómo siguen girando en torno a los judíos, el Holocausto y el Estado de Israel. Vale la pena saberlo ya que, adoptando la advertencia de Trotsky, los judíos pueden no estar interesados ​​en la Teoría, pero la Teoría está muy interesada en los judíos.

Para los que no han estado en un departamento universitario de humanidades desde los años 80, la Teoría, también conocida comúnmente como la "teoría francesa, teoría posmoderna o teoría crítica", es, como dice Chaouat, un conjunto de "discursos teóricos permeados por el legado de Nietzsche y de Heidegger", que incluye "la deconstrucción, así como el estructuralismo, el post-estructuralismo y el psicoanálisis lacaniano", además de la teoría poscolonial e ideas más o menos distantes, como los escritos neomarxistas de los pensadores de la Escuela de Frankfurt.

Entre sus tótems se incluyen a Jacques Derrida y Michel Foucault, que han sido por lo menos tan influyentes en la academia americana como en Francia o Europa en general. Los marcadores frecuentes de la teoría son un escepticismo radical sobre la existencia de la verdad y el significado estable en la comunicación humana; la convicción de que la civilización occidental y las instituciones de la modernidad liberal no pueden y deben distinguirse significativamente de la barbarie totalitaria; una fascinación con los poderes supuestamente liberadores y expendedores de violencia, degradación y extremidad sexual; y una famosa y oscura forma de expresión.

No menos característico de la Teoría es su enfoque sobre los judíos. Como escribí hace más de dos décadas, cuando todavía me estaba recuperando de la esclavitud de la Teoria:

Cada gran teórico francés contemporáneo ha realizado algún estudio o pronunciamiento sobre los judíos y su lugar en Occidente. Esto significa que en la literatura y en los estudios culturales, donde la influencia de los pensadores post-estructuralistas franceses es tan inmensa, muchas de las obras más leídas de la Teoría se centran en aspectos de la historia y el pensamiento judíos, un extraño tipo de "estudios judíos posmodernos" que se han convertido en una parte central del discurso académico.

Observé entonces que en este discurso "los propios judíos se vuelven etéreos, siendo reducidos habitualmente a un solo principio filosófico o un valor meramente simbólico que se presenta como su "naturaleza esencial". Un ejemplo bien conocido de esa caracterización proviene del famoso maestro de Chaouat, Jean-François Lyotard, cuyo libro de 1988 "Heidegger et les juifs" pone a "los judíos" entre comillas para indicar que son realmente el principio de la indeterminación semántica y filosófica, lo que ningún sistema de pensamiento puede contener. Lyotard y otros teóricos, judíos o no, parecen conocer vagamente algo sobre los detalles y la sustancia real del judaísmo y de la historia judía. Tales abstracciones tendían lo más a menudo a ser nada más que un reclutamiento de viejos tropos y estereotipos (judíos como parias, judaísmo como personas sin hogar, etc.) presentados ahora como un análisis crítico.

Tal era la posición en el ámbito académica en esos momentos. El libro de Chaouat recoge la historia desde allí, analizando las declaraciones de los teóricos y sus compañeros de viaje desde el 11 de Septiembre y el surgimiento del violento antisemitismo jihadista en Europa. Inevitablemente, nos encontramos con la profesora de Berkeley, Judith Butler, quien ha estado a la vanguardia del boicot académico contra Israel y que considera al sionismo como una perversión criminal del judaísmo. Chaouat deja en evidencia, entre otras cosas, sus tergiversaciones del filósofo Emmanuel Levinas, a quien Butler acusó de racismo a causa de una entrevista en la que Levinas sostuvo que los israelíes, como todas las personas, tienen la obligación ética de protegerse a sí mismos y a sus familias del terror. Butler, junto con Slavoj ŽiŽek, Santiago Zabala y Gianni Vattimo, contribuyen al volumen del 2014, "Deconstructing Zionism: A Critique of Political Metaphysics" (Deconstruyendo el Sionismo: Una crítica de las metafísicas políticas), donde Chaouat demuestra que hallan presentes un buen número de teorías de la conspiración sobre el 11 de Septiembre, representaciones del pueblo judía como el mal único metafísico, y una gama de rancias diatribas anti-judías reutilizadas ahora para criticar a Israel y exculpar a sus enemigos. La calidad del pensamiento, si nos dedicamos a desenmascarar  las empalagosas abstracciones teóricas, puede verse en la contribución de Vattimo, un profesor emérito de filosofía en la Universidad de Turín y miembro del Parlamento Europeo (y simpatizante vocal de Hamas). Vattimo expresa su esperanza de que:
La sangrienta política racista del Estado de Israel haya comenzado a empujar a la comunidad judía estadounidense - su mejor parte, ciertamente, empezando por Chomsky - a tomar nota de que lo más digno de elogio y de profundidad de la tradición judía resulta algo putrefacto, un aire caliente del que uno debe liberarse a sí mismo para evitar derramar sangre a causa de la Tumba de Raquel, el área del Templo, o los derechos sagrados de los judíos a la Tierra Prometida.
Al escribir en otro lugar, un discípulo de Foucault, Giorgio Agamben, sugiere que tanto los palestinos como los israelíes abjuren de toda autodeterminación nacional, ya que, según Agamben, "la soberanía nacional conduce inevitablemente al nazismo, mientras que los palestinos sin estado encarnan realmente el ideal moral de la impotencia judía".

Esta comparación del sionismo con el nazismo es, por supuesto, un tropo que se ha extendido mucho más allá de los recintos teóricos de la academia. En 2010 Stéphane Hessel, un héroe y anciano judío de la resistencia francesa que había sobrevivido a Buchenwald y Dora, publicó un breve best-seller titulado "Indignez-vous!" (traducido al inglés en 2011 como Time for Outrage!) en el que declaró retrospectivamente que la ocupación alemana de Francia había sido "relativamente inofensiva" en comparación con las presuntas depredaciones israelíes en Cisjordania. El libro fue publicado en inglés y ayudó a inspirar el movimiento Occupy Wall Street.

Por supuesto, los sionistas de Israel pueden ser demonios en forma humana, ¿pero tal vez estos intelectuales tendrían alguna palabra o preocupación para hablar en nombre de las comunidades judías de Europa, los objetivos de una ola continua de la violencia yihadista? El propio Derrida, cuando fue entrevistado en 2001, fue incluso incapaz de percibir un antisemitismo creciente, y no arraigado en la derecha, sino en la izquierda anti-Israel y la población musulmana de Francia. Su discípulo, el desconstruccionista Bernard Stiegler, culpa a las masacres recientes de judíos franceses, según nos informa Chaouat, al "consumismo, a la industria del entretenimiento y al cinismo de las élites financieras". Como dice Chaouat, este "elaborado análisis sociológico" es "un serio obstáculo para entender el resurgimiento del antisemitismo". También podría haber observado que entre los propios antisemitas, hay pocas dudas sobre quién dirige la industria del entretenimiento y constituye la élite financiera.

Chaouat muestra cómo varios teóricos postcoloniales justifican o ignoran el antisemitismo musulmán, visto como una respuesta legítima al colonialismo europeo. De hecho, tal como escribe Chaouat, una serie de escritores franceses "se preocupan menos por los ataques musulmanes contra los judíos que por la amenaza política que representan aquellos judíos europeos que han mostrado su disposición a condenar al antisemitismo, incluso cuando es protagonizado por musulmanes, y a defender a Israel contra aquellos que querrían ver destruido el Estado judío". En el mundo de la Teoría, tal disidencia marca a estos judíos como apologistas del imperialismo, del fascismo y, una vez más, de un holocausto israelí dirigido contra los palestinos.

Chaouat traza cierta parte de estas inversiones en la abstracción de la Teoría sobre los judíos y el judaísmo como símbolos, símbolos morales fungibles y fácilmente transferidos a otras cuentas bancarias. No es de extrañar que los intelectuales que ven a los judíos sólo como unos extraños desterritorializados tienen poca experiencia con los judíos reales de carne y hueso, y mucho menos con los que tienen un estado-nación. Pero Chaouat también ve un importante cambio ideológico en la creciente identificación dentro de la Teoría "de los judíos con los nazis y los palestinos, musulmanes y otros grupos del Tercer Mundo con los antiguos judíos (cuando sí eran nobles)". Antes de los años noventa, argumenta Chaouat, los teóricos posmodernos tendían a celebrar la violencia y la transgresión de las normas liberales por su propio bien. Georges Bataille, por ejemplo, otro de los pensadores fundamentales de la Teoría, creía que las verdades metafísicas cruciales debían ser encontradas en experiencias límites violentas, ya sean gozosas y extáticas o agonizantes y degradantes, pero en cualquier caso, en gran medida desenganchadas de cualquier política rutinaria o práctica.

En contraste con los viejos buenos tiempos del postmodernismo, los teóricos de hoy han tomado lo que Chaouat caracteriza como un "giro moralista". En lugar de defender el tipo de estética amoral, más allá del bien y el mal, de Bataille, los teóricos posmodernos prefieren ahora apoyar proyectos de resistencia y de violencia política en nombre de lo que ven como grupos oprimidos. Si los judíos y los israelíes, que ahora son definidos como colonialistas blancos o incluso nazis, deben ser arrojados bajo el autobús de la historia como parte de ese proyecto utópico, pues que así sea.

A lo que uno podría responder, ¿no es acaso todo esto, no un problema de la Teoría, sino de la izquierda radical en general? Después de todo, la conspiración antisemita, el odio a Occidente y las toscas visiones de las revoluciones anticapitalistas y las sublevaciones del Tercer Mundo pueden encontrarse en el Partido Laborista de Inglaterra, así como en múltiples departamentos de los campus de Estados Unidos. Chaouat eventualmente coloca su tema, aunque de forma pasajera, en el contexto de la izquierda global. Tomando nota de la infame caracterización realizada en el 2012 por Judith Butler, al situar a Hamas y Hezbollah como movimientos sociales progresistas, concluye:
La izquierda radical, al verse privada del proletariado de ayer, ha invertido sus esperanzas en los antiguos pueblos colonizados y en la figura del inmigrante. Ve las luchas políticas actuales a través de las lentes mesiánicas del pasado.
De hecho, el antisemitismo y el antisionismo de los intelectuales posmodernos, su fetichización de los palestinos y de los yihadistas violentos, tienen menos que ver con nuevas lecturas de Derrida que con rasgos ya muy antiguos de la ideología política de izquierda. Si crees que la democracia liberal no debe ser apreciada, sino destruida; si crees que el valor moral se atribuye no a la elección personal sino a la afiliación grupal; si crees que tales grupos se dividen bien en opresores y oprimidos; y si crees que tal opresión se manifiesta en formas cada vez más sutiles pero insidiosamente omnipresentes a través de las cuales los poderosos subyugan a las masas; el antisemitismo probablemente será una característica, no un error, de su visión del mundo.

A pesar de su agudeza analítica y de su pasión moral, Chaouat abandona el contexto histórico y filosófico más amplio de la relación de la Teoría con la izquierda, una relación en gran medida inexplorada. Del mismo modo, para un libro que se centra principalmente en las figuras académicas, el análisis de Chaouat es silencioso acerca de las características básicas de la vida académica que contribuirían a la comprensión adicional de los cambios ideológicos que menciona. Lo más fundamental en el contexto americano es la aniquilación o borrado virtual de la facultad de humanidades con un carácter no izquierdista. Los estudios demuestran que lo que ya había sido una posición minoritaria durante décadas de los conservadores dentro de la academia, y empezando en la década de 1990, comenzó a aproximarse a la densidad de población de los unicornios y otros seres mitológicos. Parece probable que la incorporación del antisemitismo y el antiisraelismo no sea ajena a la cultura política de la academia. Después de todo, estamos ahora a más de dos generaciones separados de una cultura académica que manifestó un sólido compromiso con las normas de la democracia liberal y estaba familiarizado con los textos clásicos que avalaban este compromiso.

Y sí, por el contrario, el típico menú ideológico de hoy en día ofrece principalmente opciones entre, digamos, un radicalismo foucaultiano o derridiano, o entre el derrocamiento de Occidente por Nietzsche o Marx -, y si has sido expuesto a un poco más, no puede sorprendernos que el juicio político se convierta "en algo sesgado".

Aunque valioso y penetrante, el libro de Chaouat se asemeja a otros intentos recientes de académicos judíos liberales de izquierdas de empujar a sus colegas más radicalmente militantes - por ejemplo, el volumen de 2014 "El caso contra los boicots académicos de Israel" o el reciente (y, por el momento, exitoso) intento de detener los boicots contra Israel por parte de la Asociación de Lenguas Modernas. Uno aplaude estos esfuerzos, pero vistos desde fuera del truncado espectro político del profesorado académico actual, pueden parecer un tanto tardíos y algo pírricos: unos liberales anticuados pidiendo a sus modernos colegas radicales no ser apartados, al igual que sus colegas conservadores, y los profesores que apoyan la existencia continua de Israel pidiendo su entrada como miembros judíos en el club de los agraviados.

Es una acta final, la crítica de Chaouat deriva los desvíos de la Teoría a una comprensión más política y moral de las novelas de Philip Roth, Boualem Sansal y Michel Houellebecq, que aportan mucho más que cualquier texto teórico que cite. Se podría haber deseado que la Teoría fuese hoy una cuestión de trivialidades de los años ochenta, como mucho un ejercicio de nostalgia de cierta época, como ciertos programas de la televisión, aunque más aterrador y menos entretenido. Por desgracia, como muestra el libro de Chaouat, todavía está muy viva y presente entre nosotros.

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