
Estimado Sr. Primer Ministro,
No todos los días un periodista escribe una carta abierta al primer ministro. Pero hoy no es un día cualquiera. Tampoco se trata de una hora ordinaria. Esta es la hora en la que el reloj está a punto de atacar la medianoche. Una rara confluencia de circunstancias ha creado una situación en la que en el 62 aniversario del Día de la Independencia de Israel, el estado de los judíos se enfrenta a un reto de una talla tal como no ha conocido desde 14 de mayo 1948. El año que transcurra entre este Día de la Independencia y el próximo será crucial.
Poco después de convertirse en primer ministro, hace un año exactamente, entré en su oficina por unos minutos. Extrañamente, se levantó para saludarme y me dio un abrazo. También, extrañamente, le devolví el abrazo. Ya le dije que como ciudadano, como judío y como israelí, le deseó todo el éxito posible. Le dije que creía que sabía lo pesado de la carga que llevaba sobre sus hombros. Usted me respondió que no lo sabía. Y que aunque piense que lo sé, realmente no lo sabía. Que nunca ha habido un momento como este desde la resurrección de Israel.
Basándome en conversaciones anteriores, sabía de lo que estaba hablando: el desafío nuclear, el reto de los misiles, el reto de la deslegitimación. Esa conjunción de diverso pelaje que conforman una amenaza existencial desde el este, una amenaza estratégica desde el norte y una amenaza de abandono desde el oeste. El peligro de una guerra diferente a cualquier otra que hayamos tenido antes. El peligro de que los aliados de Israel no estén de pie a su lado como lo hicieron en el pasado. Y la sensación de aislamiento, la sensación de asedio, la sensación de que una vez más debemos encarar nuestro destino.
Usted es una persona odiada, señor Primer Ministro. El presidente de los Estados Unidos le odia. La secretaria de Estado le odia. Algunos líderes árabes le odian. La opinión pública en Occidente le odia. La líder de la oposición le detesta. Mis colegas le odian, le odian mis amigos, mi entorno social le odia.
Pero en los 14 años que le conozco, nunca he compartido ese odio. Una y otra vez, me he pronunciado en contra de ese odio. Pensé que, a pesar de sus defectos e imperfecciones, ese odio no era digno. Pensé que a pesar de las enormes diferencias existentes en nuestra visión del mundo, hay virtud en usted. Yo creía que al final, cuando llegara el momento de la verdad, usted tendría la visión necesaria como para realizar la síntesis adecuada entre la verdad de la derecha y de la izquierda. Entre el mundo de su padre, desde el que llegó, y el mundo de la realidad en la que debe maniobrar. Entre la sensación de que Israel es una fortaleza, y la comprensión de que la misión de esta generación es llevar a Israel hacia al resto del mundo.
El 14 de junio de 2009, usted demostró que había asumido esa síntesis. Usted pronunció aproximadamente unas 2.000 palabras en el auditorio de la Universidad Bar-Ilan. Pero de esas 2.000 palabras, sólo siete u ocho eran de importancia histórica: un estado palestino desmilitarizado junto a un Israel judío. Era evidente que había pasado un mal rato pronunciando esas palabras. Ellas salieron de su boca en una especie de agonía. Pero aquella noche, en el auditorio de la Bar-Ilan, el estadista venció al político. El sobrio herzliano se impuso al nacionalista anacrónico.
Aproximadamente una hora después de que terminara el discurso, cuando hablé con usted por teléfono, era posible escuchar el alivio en su voz. Usted sabía que por fin había hecho lo correcto. Usted sabía que, aunque muy tarde, se había superado a si mismo. Usted sabía que en lo sucesivo usted debería ser un líder sionista centrista que busca una paz segura. Que pretende una división de la tierra con el fin de fortalecer el estado. Que creía que a fin de fortalecer a Israel y de garantizar su futuro, debemos rectificar el histórico y colosal error que cometimos en Cisjordania.
Sr. Primer ministro, algo muy malo ha pasado desde esa noche. Tal vez la culpa es del presidente americano Barack Obama: su incesante, desequilibrada e injusta presión que causó que usted congelara su nuevo papel. Tal vez la culpa fue de la comunidad internacional: su indignante actitud hacia Israel ha causado que usted se sienta asediado. Tal vez la culpa sea de la líder de la oposición, Tzipi Livni: su comportamiento cínico le hizo encadenarse con cadenas de hierro al canciller Avigdor Lieberman y al ministro del Interior Eli Yishai, cuyo lastre sólo le hace renquear.
Sin embargo, incluso si los demás tienen la culpa, la responsabilidad es suya. Usted es el que está sentado en esa mesa de madera de esa sala con paneles de madera donde se decide nuestro destino. Por lo tanto, usted es la persona responsable de que un año después de su elección Israel siga atrapado en el pantano tóxico de la ocupación en la que se hundió hace 43 años. Usted es responsable de que nos estamos hundiendo aún más en el fango.
Por supuesto, usted suspende la construcción en los asentamientos. Por supuesto, usted hizo todo lo posible para persuadir al presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas para que entrara en negociaciones. En un momento en que los palestinos no movieron un dedo, usted hizo una concesión tras otra. Pero el juego político lo perdió usted desde el principio. Lo que está claro para todo el mundo lo estaba desde el principio: no hay socio palestino para una paz verdadera. No hay ni siquiera un socio palestino fiable para la división de la tierra.
Sin embargo, el hecho de que los palestinos no están actuando como una nación madura no nos da el derecho de actuar como ellos. Dado que nosotros somos los que nos hundimos en el barro, somos nosotros los que debemos hacer algo. Es Israel la que debe romper la soga con la que nos están ahogando.
Sr. Primer ministro, aquí están los hechos básicos: el período de gracia concedido al estado judío por Auschwitz y Treblinka ha finalizado. La generación que sabía lo que representó el Holocausto ha abandonado el escenario. La generación que recuerda el Holocausto está desapareciendo. La manera con la que el mundo percibe hoy a Israel no tiene nada que ver con los crematorios, sino con los puestos de control. Ya no son los trenes de camino a los campos, sino los asentamientos. Como resultado, incluso cuando estemos en lo correcto, no nos escuchan. Aun cuando estemos perseguidos, nos pagan no escuchándonos. El viento sopla en contra nuestra.
El espíritu del siglo XXI amenaza con poner un final al sionismo. Nadie sabe mejor que usted que incluso las superpotencias no pueden resistir al espíritu de los tiempos. Y ciertamente, desde luego no las pequeñas, los estados frágiles como Israel.
Por lo tanto, la cuestión ahora mismo no es quién nos trajo hasta aquí, la derecha o la izquierda. La cuestión no es si la izquierda nos ha traído este desastre o si fue la derecha. La cuestión es qué debería hacerse para lograr un cambio inmediato de la posición de Israel en el mundo. ¿Qué debería hacerse para que la tormenta de la historia no derroque al proyecto sionista?
Las posibilidades son conocidas: ofrecer a los sirios los Altos del Golán a cambio de poner fin a su alianza con Irán; ofertar a Abbas un estado con fronteras provisionales; iniciar una segunda retirada limitada de territorio y su transferencia a manos del primer ministro palestino, Salam Fayyad, para que pueda construir un Estado palestino sano; llegar a un acuerdo con la comunidad internacional sobre un esquema que divida la tierra en dos Estados-nación.
Cada una de estas cinco opciones entraña grandes riesgos. Cada una de estas opciones se cobrará un alto precio político. Usted será el responsable y podrá costarle el cargo. Pero si usted no adopta al menos una de estas cinco propuestas, no tendrá sentido su mandato. Su gobierno será recordado como el gobierno bajo el cual Israel se convirtió en un estado leproso, al borde de la destrucción.
Las cartas que recibió cuando llegó al poder eran las peores posibles: Irán al borde de las armas nucleares, Hezbolá con una fuerza sin precedentes, un Israel rechazado por el mundo, un gobierno hostil en Washington y un gobierno disfuncional en Jerusalém. De hecho, una tierra abrasada de cenizas.
Pero no es cuestión de llegar hasta donde se encuentra para lamentar su amargo destino. Incluso con la peor mano de cartas que le hayan repartido, usted deber ganar. En esa tierra quemada que heredó debe hacer florecer la esperanza. Esto es lo que hay. Y hay que sacar lo mejor de ella. Usted debe desarrollar la grandeza que nos prometió.
El desafío del 2010 es un reto monumental. Por un lado, se asemeja al reto de Haim Weizmann a la hora de asegurar la declaración Balfour: Al igual que en 1917, hoy también el sionismo debe movilizar un sólido y generalizado apoyo internacional al derecho a existir del estado judío. En otro plano, también se parece al reto de David Ben-Gurion en los inicios del Estado: al igual que en 1947, el liderazgo actual también debe preparar a la nación de cara a unos escenarios casi inconcebiblemente dificultosos. En un tercer nivel, se asemeja al desafío que supuso Dimona y al que se enfrentaron los Ben-Gurión, Levi Eshkol y Shimon Peres: al igual que en 1966-1967, la dirección nacional debe dar a la existencia de Israel una poderosa e inquebrantable envoltura de protección.
Pero de cara al cumplimiento de este desafío multidimensional, Israel necesita una valiente alianza con las potencias occidentales. Con el fin de soportar lo que está por venir, Israel debe volver a ser una parte inalienable de Occidente. Y Occidente no está dispuesto a aceptar a Israel como un Estado ocupante. Por lo tanto, con el fin de salvaguardar nuestro hogar, es necesario actuar de inmediato para poner fin a la ocupación. Es esencial efectuar un cambio inmediato y fundamental en la dirección diplomática.
Sr. Primer ministro, la relación entre nosotros nunca ha sido personal. No somos amigos. Nunca ha estado en mi casa y yo nunca he estado en la suya salvo para cuestiones profesionales. Nosotros nunca hemos maniobrado sigilosamente, ni hemos planeado algún otro tipo de maniobras. Usted siempre ha sabido que no tendría inmunidad por mí parte. Siempre he sabido que usted tampoco me intentaría condicionar con exclusivas periodísticas.
Pero le di una oportunidad. Un día tras otro le he seguido dando una oportunidad. He visto al patriota que hay en usted. He visto sus habilidades y también he vislumbrado al ser humano que intenta ocultar. Pero el tiempo se ha agotado, Benjamin Netanyahu. El momento ha llegado, el momento es ahora mismo. Por lo tanto, decidí dar este paso inusual que representa escribirle esta carta.
Por supuesto, yo no tengo importancia. Pero creo que lo que le he escrito es lo que muchos israelíes desearían decirle en este 62 aniversario del Día de la Independencia. No nos traicione. No se traicione a ti mismo. Es el hombre de esta hora histórica. Sea ese hombre.
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