Parte I - Anatomía de la retirada
A día de hoy, me estremezco de vergüenza al recordar aquella noche de mayo de 2000. No puedo olvidar a un soldado del Cuerpo de Blindados gritando en su móvil: "
Mamá, estoy fuera". No puedo olvidar al comandante de la zona cerrando la "
valla" detrás de él con una expresión congelada, no puedo olvidar a los miembros del grupo de las Cuatro Madres celebrando su victoria política en una conferencia de prensa (algo raro, por no decir algo más fuerte) con el jefe del ejército y el jefe del Comando del Norte.
A la vista de esas imágenes, yo tampoco puedo olvidar a Nasrallah, quien durante esas mismas horas probablemente perfeccionaba su famosa teoría de Israel como una débil "
tela de araña". Él ya sabía que la retirada de la zona de seguridad no era más que el comienzo de un nuevo capítulo y no el final del derramamiento de sangre.
Lo irritante es que la retirada de la zona de seguridad del sur del Líbano fue un acto correcto de por sí. Barak, quien en 1985 era un general del IDF, se opuso a la presencia del ejército en la zona, y comprobó ya como político la razón que tenía: 18 años después de entrar en el Líbano, quedaba claro que nuestra presencia allí hacía más daño que bien. Esa zona montañosa no ofrecía a los residentes del norte de Israel protección contra los cohetes, y a la vez permitía a Hezboláh adquirir experiencia y confianza en sí misma en la guerra de guerrillas y en la utilización de artefactos explosivos y misiles anti-tanque.
Y lo que fue peor de todo, con la ayuda de Siria y de la Guardia Revolucionaria de Irán, los miembros de Hezboláh nos conocieron. Aprendieron no sólo el
modus operandi y las vulnerabilidades del IDF, sino que la sociedad israelí también es sensible a las bajas, así como los beneficios inherentes a las disputas endémicas entre el campo de la izquierda y de la derecha dentro de Israel. Por esa razón, en 1999, Barak prometió sacar al IDF del Líbano en caso de ser elegido, y si fuera posible, en el marco de un acuerdo con Siria.
Después de su tiunfo, Barak decidió hacer realidad su promesa electoral, incluso sin un acuerdo con Siria. Ésta se hizo a pesar de la preocupación justificada de que una retirada unilateral por parte del IDF sería percibida por parte de Hezboláh y de sus patrocinadores como una victoria que erosionaría por completo al IDF y al poder disuasorio de Israel. También quedó claro que una retirada podía alentar a los palestinos a lanzar su propia ofensiva de terror (como en efecto sucedió).
Con el fin de resolver este problema, el ex jefe del Comando del Norte, Amiram Levin, propuso un poderoso y destructivo golpe contra los bastiones de Hezboláh en el Líbano antes de la retirada. Su propuesta fue rechazada por el temor de que privara a Israel de la legitimidad internacional y del apoyo solicitado por Barak, así como de la tranquilidad que se esperaba prevalecería tras la estela de la retirada. A fin de garantizar esa legitimidad, Israel marcó la frontera con el Líbano conjuntamente con las Naciones Unidas.
El momento de la retirada fue en julio del 2000, provocando que el Comando del Norte, al mando del general Gabi Ashkenazi, preparara a fondo a las tropas del IDF para la retirada y para nuestra defensa al día siguiente. Los puestos avanzados, incluidos el de Beaufort, se vaciaron y se prepararon para la demolición. Hasta ese momento, las cosas se estaban gestionando de una manera lógica y razonable. Si todo se hubiera ejecutado según lo previsto, el IDF y el Ejército del sur del Líbano (SLA) hubieran abandonado la zona durante una noche de verano en una operación militar ordenada y bien organizada, sin dejar equipos abandonados y sin escenas desgarradoras de civiles corriendo por sus vidas, como sería el caso de una retirada apresurada.
Dicha retirada ordenada, similar a la retirada de Gaza, habría sido percibida en el mundo, y también entre los árabes, más como la realización de una decisión estratégica israelí que como una victoria de Hezbolá. Sin embargo, las dinámicas nacionales libanesas entraron en juego y se demostraron capaces una vez más de poder hacer fracasar cualquier planificación estratégica militar.
Al igual que en la Primera Guerra del Líbano y en otras campañas militares, no se apreció adecuadamente la debilidad de nuestros aliados libaneses y la capacidad de Hezboláh para utilizar a la mayoría chiíta del sur del Líbano para neutralizar nuestras acciones militares. Al declarar la intención de Israel de abandonar el Líbano, se despertó un gran y justificado temor entre los miembros del SLA. Intuían muy bien que el ejército israelí debía retirarse, pero dejándoles a ellos y a sus familias en sus aldeas, serían presa de una brutal y despiadada venganza por parte de Hezboláh.
Los funcionarios israelíes también lo sabían muy bien, por eso establecieron un mes antes de la retirada una administración que en secreto preparaba un plan de evacuación y de traslado de los miembros del SLA. Sin embargo, las tropas del SLA, cuyos temores crecían con cada semana que pasaba, sólo recibieron insinuaciones y promesas vagas. Por ejemplo, se les dijo que no había ninguna decisión final sobre la retirada y que todavía existía una oportunidad de asegurar un acuerdo con los sirios que permitiría a los miembros del SLA permanecer en sus aldeas.
La conducta de Israel se explica por su preocupación de que las fuerzas del SLA supieran que la próxima retirada era un hecho, y que dada esa realidad, o bien pasaran a cooperar con Hezbolá para salvar su propia piel o, como alternativa, exigieran partir ellos también a Israel. Esta fue también la razón por la cual el ejército israelí no retiró los equipos de los puestos de SLA y no preparó con ellos la retirada.
Sin embargo, los soldados del SLA vieron como se retiraba y eliminaba el equipo existente en los puestos avanzados del ejército israelí y se dieron cuenta de lo que estaba pasando. Recuerdo una reunión entre el entonces jefe del Comando del Norte, Ashkenazi, y altos mandos del SLA en abril de 2000. Los miembros del SLA, que vestían uniformes del IDF, describieron sombríamente lo que Hezboláh les haría a ellos y a sus familias, y exigieron conocer lo que Israel planeaba para ellos. Ashkenazi les manifestó su simpatía y les prometió que Israel no los abandonaría si decidía retirarse. Sin embargo, no les proporcionó ningún detalle.
Los semblantes de los miembros del SLA en la reunión fueron duros. No tocaron el café y los bocadillos situados en la mesa delante de ellos. La reunión terminó en un ambiente sombrío. En el camino hacia el helicóptero escuché como Ashkenazi le decía a uno de sus oficiales: "
no van a esperarnos " (es decir, tomarían sus propias decisiones sin esperar a las decisiones israelíes). De hecho, escaparon de sus puestos avanzados incluso antes de decidirse cuándo sería la retirada.
De hecho, esto es lo que sucedió un mes después.
Parte II - La desgracia televisada del Líbano
El colapso comenzó cuando un manifestación de partidarios de Hezbolá se puso en marcha hacia el puesto avanzado de Taibe, perteneciente a un regimiento del Ejército del sur del Líbano (SLA). Ese regimiento, la mayoría de cuyos miembros eran residentes en la zona chiíta, sostenía otros muchos puestos avanzados en la cordillera de Ramin. Los participantes del desfile se acercaron al puesto avanzado levantando las banderas amarillas de Hezboláh y no fueron disuadidos por proyectiles de tanques disparados para advertirles y disuadirlos. Siguieron sin inmutarse a pesar del fuego de aviso.
El jefe del Estado Mayor del IDF, Mofaz, y el Mayor General, Ashkenazi, que estaban en la sala central de guerra en ese momento, decidieron no tirar a matar, puesto que los manifestantes estaban desarmados. También quedó claro que los combatientes del SLA en el puesto avanzado no dispararían contra sus paisanos, y se temía que esos soldados fueran capturados por Hezboláh una vez que el desfile entrara en el puesto avanzado. Así, Mofaz y Ashkenazi ordenaron a las fuerzas del SLA evacuar el puesto avanzado.
Sabemos lo que sucedió después: otros puestos avanzados del SLA se colapsaron uno tras otro y su gente huyó. El gobierno y el ejército israelí se enfrentaron a una difícil elección entre dos opciones: la obtención de fuerzas de reserva para retomar los puestos avanzados y contralarlos hasta que el gobierno decidiera una retirada - y que los miembros del SLA fueran evacuados a nuestro territorio de manera ordenada, es decir, un movimiento que habría impedido que la retirada apareciera como apresurada pero que a la vez podría haber costado la vida a muchos soldados del IDF -, o bien, y como alternativa, prepararse para una temprana y rápida evacuación de la zona de seguridad por parte del IDF, de acuerdo con el plan y sin bajas.
El Comando Norte del IDF ya estaba preparado para aplicar la retirada, incluyendo la demolición de los puestos avanzados del IDF. El gobierno de Barak optó por esta segunda opción.
La retirada se llevó a cabo de una forma muy ordenada, sin ningún tipo de bajas entre nuestras tropas. Hezboláh disparó un poco, pero pareció sorprendida. Al parecer, sus hombres solo se dieron cuenta de lo que ocurría después de que vieron salir un humo enorme de la fortaleza de Beaufort.
Sin embargo, el SLA se quedó atrás, al parecer a propósito, de modo que la intención de retirarse no se filtrara a Hezboláh y así los hombres de Nasrallah no aumentarán sus esfuerzos a la hora de atacar a nuestras fuerzas en retirada. El general Lahad tuvo conocimiento del plan secreto, pero la mayoría de sus hombres y sus familias supieran retrospectivamente que el ejército israelí abandonaba el Líbano durante la noche. Ellos lo vieron por la televisión y se enteraron a través de rumores, lo que provocó una fuga masiva de mujeres y niños, fotografiados convergiendo impotentes ante la Puerta de Fatima (lugar de entrada a Israel).
Al mismo tiempo, Hezboláh entraba en los puestos avanzados del SLA y capturaba el equipo y los tanques que se encontraron. Estas escenas están arraigadas en la memoria colectiva del mundo, y también en nuestra propia memoria colectiva, reforzando la noción de que la retirada de la zona de seguridad supuso una victoria para Nasrallah y sus hombres. La rápida y perfecta ejecución de la retirada por parte del IDF, y su ágil traslado a una nueva línea estratégica, sólo pudo ser valorada por aquellos que saben y por los expertos militares.
Las cosas podrían haber sido distintas si Barak y sus ministros hubieran escuchado a los que recomendaron que la retirada se adelantara una vez que el colapso moral del SLA comenzó a emerger. Podía haber sido posible llevar a cabo la retirada de forma rápida durante una noche del mes de marzo o abril del 2000, con el IDF y el SLA funcionando a la par, cubiertos tras un intenso fuego de cobertura dirigido contra las instalaciones de Hezboláh y sus lugares de lanzamiento de morteros y cohetes.
Hezboláh, probablemente, habría respondido lanzando cohetes contra Galilea, sin embargo, los pesados bombardeos del IDF habrían creado un efecto disuasorio, como de hecho ocurrió seis años después en la Segunda Guerra del Líbano. Sin embargo, no se hizo. Y así, nos quedamos con la desgraciada cobertura por parte de los medios de comunicación y pagando un alto precio.
La segunda Intifada estalló cinco meses después, en gran medida gracias al ánimo que Arafat y Hamas extrajeron de los acontecimientos que rodearon la retirada del Líbano. Nueve días después, Hezbollah emboscó y asesinó a varios soldados del IDF, secuestrando a tres de ellos en el Monte Dov. Y aquí fue donde se cometió un segundo error, y peor que el primero.
En vez de responder en "
profundidad en el Líbano", como Barak prometió después de la retirada si Hezboláh continuaba atacando a Israel, se optó por una tibia respuesta localizada. Barak lo explicaba por su deseo de evitar una intensa guerra en dos frentes. No quería abrir un frente libanés mientras que el IDF y la Policía de Israel estaba tratando de contener la Intifada palestina, la cual acababa de estallar, así como los violentos enfrentamientos con los árabes israelíes en la zona de Wadi Ara.
El respaldo internacional del que Israel podría haberse beneficiado a causa de su retirada del Líbano, en el caso de una dura respuesta contra Hezboláh, se habría desperdiciado en lugar de ser aprovechado. Estos hechos, y la moderación mostrada por el gobierno Sharon que reveló al de Barak durante los años posteriores, al parecer reforzó la idea de que Israel era un "
tigre de papel" según Nasrallah y sus hombres, y marcó la agonía final de nuestra disuasión. Seis años más tarde, esa política permitió que Hezboláh se embarcara en otra operación de secuestro, la que provocó la Segunda Guerra del Líbano.
Como sabemos, la historia no ha terminado todavía. Aunque el ejército israelí dejó el territorio libanés casi hasta el último centímetro, el peligro que representa para nosotros el actual Líbano es más grave que el que enfrentamos en mayo de 2000 y en julio de 2006. La razón no son las granjas de Shabaa y el pueblo de Raghar, a los cuales aún se aferra Israel, sino más bien la forma en que Irán y Siria hacen uso de Hezboláh, a la vez que explotan el territorio del Líbano y la debilidad política de su Gobierno para sus propias necesidades estratégicas.
En este momento, Hezboláh sirve como un largo brazo estratégico de Irán cuyo objetivo reside en disuadir a Israel de atacar el programa nuclear de Teherán, ante la amenaza que puede representar para el frente interno del Estado judío. Para los sirios, Hezboláh constituye un componente importante en su plan de guerra, por lo tanto Damasco le proporciona el armamento que posee. A los ojos de Siria, el objetivo del grupo sería pulverizar el frente interno israelí, mientras distrae y divide el esfuerzo ofensivo del IDF entre el Líbano y Siria, con lo que también impidiría una operación de flanqueo del IDF por el oeste y así Siria sólo debería centrarse en un esfuerzo defensivo en el Golán.
Por esta razón, una solución al problema del Líbano no puede ser encontrada en Baalbek, en Beirut, o en el miedo a Hezboláh de los otros grupos étnicos del Líbano. La raíz del problema libanés radica en Damasco y Teherán, y es ahí donde Israel debería buscar una solución con la ayuda estadounidense. Si es posible, esto debería hacerse a través de la combinación de la disuasión militar y de una eficaz presión internacional. Sin embargo, si esto falla, la otra opción es una planificada campaña militar que se pondría en marcha antes de que los cohetes comiencen a explotar en nuestro territorio.
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